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2007-05-23

El movimiento social antirepresas ha dado un gigantesco paso y tiene que seguir dándolo deteniendo la instalación de los embalses. Se ha reconocido ubicándose en el todo. Pero además, tiene que fortalecer otro paso no menos pequeño, lograr responsablemente el desmantelamiento de las grandes represas y empezar a vincularse desde su identidad diversa con la otreidad que lucha por lo mismo: la emancipación al sistema de dominación capitalista para construir otros mundos.

Las 45 mil grandes represas construidas en el mundo han desplazado a 80 millones de personas de sus tierras y hogares. Miles de pueblos y culturas han quedado sepultadas bajo las aguas contaminadas de las presas. Más del 60% de las grandes cuencas del mundo han sido represadas. Las presas han sido la infraestructura que a nivel mundial más gases de efecto invernadero han generado en el mundo colaborando al calentamiento global por la descomposición de miles y miles de hectáreas de materia orgánica anegadas. Endeudamiento de gobiernos y pueblos, militarización y mayor pobreza son al menos algunos de los indicadores que han generado los embalses.

Dentro de los procesos y movimientos sociales de resistencia es inédita la lucha contra las grandes represas no sólo en América Latina sino en el mundo entero. Este movimiento organizado nace a finales de los 90’s en un contexto sumamente peculiar. Al menos tres. Por un lado, el fin de la vida útil de los grandes embalses que ronda por los 50 años. Por otro, la aceleración de los procesos de privatización impuestas por las políticas neoliberales que invade a la infraestructura y los recursos naturales en este caso presas y agua, aunque muy ligado a ello también la energía eléctrica.

Por último, los mal llamados tratados de libre comercio no son viables sin el agua y sin la luz, como lo son las inversiones para la explotación minera, parques industriales, maquiladoras, canales secos, explotación petrolera; grandes extensiones de monocultivos para la agro exportación de plantaciones altamente consumidoras de agua como la palma africana o el eucalipto; infraestructura carretera, ferroviaria, puertos y aeropuertos. Por ello, en la base del éxito de estos tratados está el Plan Puebla-Colombia (antes Puebla-Panamá) y la iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA). Es en este contexto que la sociedad y los pueblos se levantan en resistencia a la voz de ¡No más represas!

Este movimiento social se enfrenta con algunas barreras. Además del reto de romper con el mito de las presas como sinónimo de desarrollo, los afectados directos se enfrentan con el reto de darse cuenta y dar a conocer que la humanidad entera es la afectada, donde se encuentre. No sólo los habitantes río arriba de la presa o los de río abajo, sino incluso los pescadores en los deltas y cualquier habitante del mundo que se ve afectado por el cambio climático que favorecen. Tanto les afecta al millón de personas desplazadas en China por la presa Tres Gargantas, como a cualquier persona de este lado del mundo.

Por ello, es un reto fundamental para el movimiento social antirepresas lograr la articulación de los problemas empíricamente inmediatos que ocasiona un gran embalse como son los problemas de desplazamiento violento, militarización, pobreza e impactos ecológicos, con otros temas que aparentemente no se ven. Los proyectos de grandes presas también acarrean mayor endeudamiento de los gobiernos y pueblos, corrupción, problemas de salud a los pobladores locales, sequías, sismos, contaminación, privatizaciones de servicios públicos como el agua y la energía eléctrica, entre otros.

Lo anterior implica tener una visión global y sistémica que lleve al movimiento a luchar en lo local pensando en lo global, y luchar en lo global pensando en lo local. Esto fue entendido por las 100 mil personas indígenas y campesinas que firmaron las actas de acuerdos comunitarios en Chiapas, México, para decir un no rotundo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) cuando se llevó a cabo la consulta continental en años pasados.

Se logró entender que los problemas del agua, la militarización, la deforestación, la privatización, la migración y los bajos precios a los productos del campo, por mencionar tan sólo un minúsculo ejercicio de la preocupación social actual, tienen que ver con el ALCA. Nadie dejó de luchar en lo que actualmente luchaba y se respetaron las diversidades, pero se entendieron en el todo y lucharon en lo global.

Así, el movimiento social ha logrado y tiene el reto de articular a la sociedad toda. Abogados, ambientalistas, universidades, población urbana, defensores de los derechos humanos, comunicadores, científicos, biólogos, entre otros muchos sectores. Sólo con la afluencia global, multitemática y multisectorial, ha sido posible detener los proyectos de los grandes embalses en distintas partes del mundo.

 El movimiento social debe rebasar el ámbito local para ver el todo. Si hay una visión y un análisis sistémico, los movimientos podrán ir y venir en esta oleada de lo local a lo global y viceversa con mucha facilidad. Si se ve el todo, se ven las partes diversas que lo componen. Esta diversidad hace la unidad. Si analizamos el sistema capitalista como la fuente primigenia de los problemas que los movimientos sociales pretenden encontrar una solución y alternativas, podremos reconocer la individualidad de los movimientos sociales en múltiples conexiones con la realidad múltiple. Solamente así podremos descubrir contra qué nos emancipamos. Otro reto será el cómo lo haremos los movimientos sociales.

Si el movimiento social logra compartir el terreno común, entender el todo, el sistema, el capitalismo, y lo diagnostica adecuadamente en el momento en que se encuentra, se podrán rebasar los problemas que tienen que ver con las acciones meramente locales, con la visión de corto plazo e inmediatistas, con la falta de coincidencia en las acciones, tendencias y alianzas; con la tentación de culpabilizar a la diversidad y querer homogeneizar los procesos sociales.

Si no se comparte la visión del todo, lo que habrá no es diversidad, sino atomización. El sentido de unidad la da el entendimiento que se tiene de la totalidad donde se haya uno. Por ello, el colectivo se fundamente en la individualidad. Y la individualidad fundamenta lo colectivo. Si no hay identidades no hay diversidad, si no hay diversidad no hay totalidad. Así, si cada uno de los movimientos sociales temáticos, sectoriales o geográficos se ubica en el todo, se podrá relacionar con las partes, la otreidad, desde su propia suidad, desde su mismidad.

Si el movimiento social antirepresas ubica su problemática en las causales que genera el sistema capitalista, podrá hacer alianzas, relacionarse y actuar junto con los movimientos que luchan contra los transgénicos, la deforestación, contra los tratados de libre comercio y la OMC; contra la privatización de los recursos naturales y los servicios públicos; contra la militarización, por los derechos humanos de las mujeres quienes pagan los mayores costos con las grandes obras de infraestructura; con los que luchan contra los agroquímicos, con los que buscan tecnologías apropiadas, y con todos los otros y otras diversos que entienden su existencia bajo la misma lógica de la totalidad sistémica.

Contradictoriamente, en el movimiento antirepresas se ha dado un gran salto: reconocer el todo y hacer un diagnóstico del sistema capitalista depredador de los recursos naturales para la acumulación del capital. Pero al parecer no ha sido suficiente. A la hora de las alternativas los caminos se desvían por muchos senderos diferentes. Para unos movimientos antirepresas habrá que negociar con el Banco Mundial y otras instituciones financieras; para otros no hay nada que negociar, que la vida, la tierra y la dignidad no tienen precio y que al negociar se estaría aceptando “per se” el modelo de desarrollo que propone el sistema. Hay para quienes la solución es “humanizar” el sistema capitalita y por ende las políticas de sus instituciones; pero hay para quienes es urgente construir otra cosa distinta, otro sistema distinto, otro mundo. Así, mientras unos son acusados de reformistas otros lo serán de radicales. Esto nos lleva a otro reto: las alternativas.

El movimiento social tiene el reto nada fácil de definir que es lo que sí quiere luego de tener claro lo que no somos ni queremos. Cómo incluir en la agenda del movimiento social un espacio para la reflexión, el análisis y el diseño de lo nuevo; o construir lo que se levantará luego de derribar el sistema hegemónico actual. ¿Qué tipo de agua, de luz, de energía queremos que sea social, política, económica, cultural y medioambientalmente responsable?

Esto evoca, provoca y convoca a construir una nueva realidad no sólo porque otro mundo es posible, deseable y alcanzable, sino porque otros mundos son posibles. Si bien es necesario luchar contra la hegemonía imperial y sus diversos mecanismos de dominación, no habrá que suplirla por otro proyecto hegemónico que haga lo mismo sobre otros ya que la hegemonía implica que alguien sea el dominado. Si hay hegemonía, es porque hay alguien hegemonizado y dominado. Por ello, lo que se debería alcanzar es la hegemonía de la diversidad, donde todos los mundos quepan, las diversas culturas y formas de vida, las diversas opciones de estar en la realidad siendo felices, justos y equitativos.

El movimiento social antirepresas ha dado un gigantesco paso y tiene que seguir dándolo deteniendo la instalación de los embalses. Se ha reconocido ubicándose en el todo. Pero además, tiene que fortalecer otro paso no menos pequeño, lograr responsablemente el desmantelamiento de las grandes represas y empezar a vincularse desde su identidad diversa con la otreidad que lucha por lo mismo: la emancipación al sistema de dominación capitalista para construir otros mundos.

(Por Gustavo Castro Soto, Eco Portal, 21/05/2007)

 


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