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2006-10-26
Nos encaminamos a transformarnos en un “exitoso” país de monocultivo, es decir, sojero. Y no sólo eso: la producción de soja extendió las fronteras de la agricultura arrinconando a la ganadería y la lechería, amenazando de extinción otros cultivos como el algodón o la caña y llevando a la deforestación a zonas de montes y selvas vírgenes.

Nuestro país y, sobretodo, las arcas fiscales administradas por el gobierno kirchnerista, están atravesando lo que se ha dado en llamar la “bonanza de la soja”. Esta definición refiere al cambio drástico, enorme que se ha producido en nuestra producción agrícola en los últimos años y que se caracteriza por el avance incontenible de los cultivos de soja y de la exportación del grano y sus subproductos. Cifras que aturden, de millones y millones de toneladas de soja, de millones y millones de dólares y de impuestos que, como retenciones, ingresan al estado son demostrativos de ése cambio, que intentaremos analizar en esta nota elaborada con la colaboración de Jorge Rulli, del Grupo de Reflexión Rural.

La extensa planicie de la Pampa Argentina hace apenas un siglo que es explotada en actividades agropecuarias y fue la fuente de riquezas mas importante del país, ya sea en la producción de carnes o cereales. Desde esas llanuras, fuimos el “granero del mundo”, con una producción integrada, de carnes, cereales, legumbres, etc., pero desde principios de los 90 la agricultura desplazó a la ganadería y, dentro de ella, la soja reemplazó al trigo, el maíz y el girasol. Nos encaminamos a transformarnos en un “exitoso” país de monocultivo, es decir, sojero. Y no sólo eso: la producción de soja extendió las fronteras de la agricultura arrinconando a la ganadería y la lechería, amenazando de extinción otros cultivos como el algodón o la caña y llevando a la deforestación a zonas de montes y selvas vírgenes, desencadenando cambios irreversibles en nuestros campos y en todos los ordenes de su actividad.

En 1970 el cultivo de soja en nuestros campos era algo tan exótico como un oso panda en la avenida Corrientes. Era una curiosidad agrícola que sólo representaba el 1 % de las áreas cultivada y que no tenía grandes posibilidades de crecimiento. El cultivo fue creciendo lentamente hasta los años 90 cuando apareció la novedad de que una multinacional yanqui estaba lanzando al mercado una variedad de semilla de soja modificada genéticamente para hacerla resistente a los herbicidas, lo que haría que el costo de su producción y laboreo bajase drásticamente. Esta noticia corrió como un reguero, dado que el principal obstáculo del cultivo de soja era el gran costo del laboreo mecánicos que había que realizar para combatir la hierbas que dificultaban su crecimiento, limitaban los rindes y encarecían los costos de producción. Pero la soja “transgénica” no sería, precisamente maná que caía del cielo.

¿Que es la soja transgénica?
Las modificaciones genéticas introducidas a la semilla de soja le ha conferido resistencia a un herbicida llamado glifosato. El glifosato es un veneno para hierbas y plantas que mata la mayor parte de las especies, incluyendo a la soja no transgénica, y que, por lo tanto, no podía ser aplicado a los cultivos, ya que los mataba. Existen sin embargo unas pocas bacterias que pueden resistir naturalmente al glifosato sin sufrir serios daños. Una vez que se pudo aislar el gen que le daba resistencia y protección a esas bacterias, los científicos lo introdujeron en la soja mediante ingeniería genética, creando la soja transgénica resistente al herbicida más poderoso, al veneno mortal.

De esta manera cuando se aplica glifosato no se destruye la soja transgénica y se controlan así las malezas que dificultan el crecimiento de la soja sin ser necesario mayores laboreos, ni gastos en maquinaria, combustible, etc. Los productores adoptaron la soja porque su cultivo es mas barato y les deja más ganancias con cuidados mínimos, poco personal, poca maquinaria y poco combustible. Así fue como, en solo siete años, la superficie sembrada con soja pasó de 800.000 hectáreas a 20 millones, o sea creció 25 veces!

Hoy la Argentina es el segundo productor mundial de soja, después de EE.UU. y el 60 % de la producción agrícola de nuestro país es la soja transgénica Casi toda la soja producida es exportada, a países del primer mundo, en grano, o a China en grano o como sub productos. El 70 % se exporta sin procesar y el resto se transforma en harina o aceites antes de ser embarcado. Hemos dejado de ser el granero de mundo para pasar a ser el país forrajero de los animales del primer mundo, criados en establos en base a nuestra soja (y a expensas de la fertilidad de nuestros suelos!).

El dueño de la chancha
Monsanto, una multinacional yanqui, tiene la patente tanto de la semilla transgénica como del herbicida, con lo que ha cerrado un negocio monopólico y altamente rentable. Al instalarse la cultura de la siembra directa (sembrar sin arar ni laborear el suelo) en base a un discurso aparentemente conservacionista de los suelos, se produjo una revolución entre los productores y una avalancha hacia la soja. Monsanto es la dueña de la chancha y no piensa largarla, ya que está a la caza de los que trafican con semillas (originadas en las propias cosechas) que no le pagan tributo y de los que compiten con sus herbicidas.

Y ahora va por más, ya que están en las fases finales de investigación de una semilla de soja, genéticamente modificada, para que no pueda ser utilizada más de una vez para la siembra, dado que el grano resultante de la cosecha será estéril para una nueva siembra. Entonces, la única semilla que se podrá utilizar será la de ellos. De éste modo, el cerco se cerrará definitivamente y sólo Monsanto tendrá la llave de la puerta. Por eso uno no puede sorprenderse por el hecho de que el principal auspiciante del boom sojero sea, precisamente, ésta empresa monopólica.

El campo vacío
Ahora, todo el trabajo se hace con una sembradora, que raspa el suelo, deposita la semilla y los fertilizantes en una sola pasada y al trabajar menos la tierra se emplea menos personal y menos combustible y aumentan los rindes económicos.

La siembra directa de soja reduce el trabajo de los agricultores e impulsa la inversión en máquinas sembradoras más grandes y más rápidas, cuyo precio es cada vez más elevado. Como los agricultores con campos pequeños no ganan lo suficiente para seguir en esa carrera vertiginosa por los rindes, tienen que arrendar o vender sus campos a los grandes productores, a los grandes capitalistas, generando mayor concentración de la propiedad de la tierra y el abandono del campo de miles y miles de familias, sin trabajo, tierras ni esperanzas.

Este modelo agrario generó la expulsión del pequeño propietario y los pueblos del interior van quedando poblados por fantasmas cuando antes había un ejército de personas trabajando y viviendo de un campo diversificado. Desde 1990 hasta 2002 desaparecieron 60 mil establecimientos agrícolas medianos y pequeños, a un promedio de 12 establecimientos que cierran por día. Con el cierre de huertas y granjas y de pequeñas chacras absorbidas por el boom sojero, se deja de producir una enorme cantidad de alimentos básicos como legumbres, hortalizas, y cereales de alta calidad.

Muchos productores lecheros han debido arrendar sus campos para el cultivo de soja, y en los últimos dos años miles de tambos fueron cerrados, enfrentando la producción láctea un horizonte sombrío. La región algodonera del norte argentino daba trabajo a miles de familias durante la cosecha manual, pero los productores algodoneros se volcaron al cultivo de soja transgénica y, al desaparecer el algodón, los recolectores pierden sus trabajos y se concentran, desocupados, en las afueras de las grandes ciudades.

En ésas regiones, 6 de cada 10 adultos ya no tienen trabajo, se amontonan en los suburbios pobres y, en el mejor de los casos, reciben un subsidio de 150 pesos. Cientos de miles de trabajadores rurales fueron expulsados de los campos donde siempre vivieron y en los próximos años, su número seguirá aumentando ya que la industria urbana, destruida por el menemismo, no puede ayudar a los expulsados del campo. Así los suburbios de las grandes ciudades ven crecer los asentamientos en el hambre, la indigencia, la violencia y la desesperación.

El desierto que se viene
Los suelos agrícolas de argentina están perdiendo, dramáticamente, su fertilidad por el cultivo de soja. Uno de los conceptos básicos, milenarios de la producción agrícola es la rotación de los cultivos y el barbecho. Es decir, se deben intercalar cultivos de distintas especies y también de ganado y se deben alternar años de producción con un período de descanso de los suelos. La disparidad de la producción enriquece los suelos y renueva su vitalidad, mientras que la repetición de los mismos cultivos agota los agota y produce una perdida creciente de su fertilidad hasta terminar en la desertificación.

El actual sistema agrícola esta basado en el monocultivo y el agotamiento de la fertilidad de nuestras tierras y nos estamos quedando con el esqueleto, con la osamenta del suelo, mientras la riqueza mineral ha sido transferida, a través del poroto, a las vacas europeas. La siembra directa, propagandizada por las multinacionales como una panacea de la conservación de la fertilidad de los suelos, al combinarse con el cultivo de la soja, deja la llanura desnuda, desprotegida y sin rastrojos para barbecho. La tierra no tiene posibilidades de recuperar sus nutrientes y es cada vez más pobre.

La soja es muy demandante de nutrientes como nitrógeno y fósforo (requiere el doble que el maíz) y ello esta dando como resultado que la concentración de nutrientes en los suelos esta bajando drásticamente. El fósforo no es naturalmente renovable y debe incorporarse de manera artificial y resulta bastante caro el hacerlo.

En la cosecha del 2002 se exportaron 30 millones de toneladas de soja , pero con los porotos se fueron 900 mil toneladas de nitrógeno y 200 mil toneladas de fósforo. Y esos nutrientes que se exportan con la cosecha no se reponen y si lo hiciéramos, resultaría que cuesta más que el valor que estamos recibiendo por los porotos. A pesar del daño IRREVESIBLE que produce la soja, la superficie cultivada aumenta un millón de hectárea por año.

La región chaqueña es un ambiente con la mayor biodiversidad en flora y fauna del País, pero la demanda de tierras para el monocultivo de soja ha obligado también a los animales a dejar su hábitat amenazando con destruir el equilibrio. Pero peor aún son los daños que la deforestación de montes y bosques para incorporar nuevos suelos sojeros, están produciendo sobre la naturaleza y el clima, creando sequías interminables en zonas antes relativamente húmedas o, al revés, originando tragedias como la del norte salteño, donde las precipitaciones descontroladas abaten puentes y poblaciones enteras. Codicia de sojeros, riqueza de pocos, miseria de muchos y desastres naturales.

Encima, todos los estudios realizados demuestran que después de 5 años de producción consecutiva la tierra pierde aceleradamente su fertilidad y se trasforma en un desierto. En síntesis, la producción de soja transgénica contamina el medio ambiente, disminuye la fertilidad de los suelos y produce desocupación entre los trabajadores rurales.

Soja forrajera para alimentar pobres
A principios del 2002 se puso en marcha un plan para regalar porotos de soja a comedores comunitarios de todo el país, como una “forma de combatir el hambre” sustituyendo carne y lácteos con soja, con el “cuento” de que era mas nutritiva y completa que esos alimentos. La soja nunca formo parte de la dieta de los argentinos pero el hambre pudo mas que la costumbre y en los comedores se come soja varias veces por semana. Ahora bien, el consumo en grandes cantidades de soja trae graves problemas de salud para la población mas marginada.

En los comedores, los porotos no se pueden cocinar las dos o tres horas que requieren para ser bien digeridos, porque la energía es muy cara y, en la mayoría de los comedores se la hierve apenas unos minutos. Así, estos porotos semi cocidos son mezclados con otros alimentos para enmascarar su gusto, pero nadie menciona los riesgos. La soja se regala explicando que es un sustituto de la carne, pero nadie aclara sus aspectos nocivos si está poco cocida. Es que la soja tiene algunos elementos que actúan como antinutrientes y perturba la digestión proteica por su alto contenido de fibras que interfieren en la absorción de elementos minerales. Cualquier pediatra lo puede confirmar: la soja y su famosa “leche” resultan particularmente dañinas para los niños, ya que inhibe la absorción de nutrientes esenciales como calcio, hierro y zinc, imprescindibles para un crecimiento sano y normal.

Y, para empeorarla, el gobierno no controla la sanidad de la soja que se distribuye a los comedores comunitarios. Y suele suceder que ésta viene directamente del campo, trayendo restos de glifosato de las fumigaciones, con lo que se agrega un nuevo riesgo para los niños. En realidad, las constantes donaciones de soja para los comedores comunitarios y el intento de imponerla como alimento en los comedores escolares es una maniobra publicitaria a expensas de la salud de la población. Al donar una parte insignificante de la producción a los comedores intentan imponer culturalmente el modelo de dependencia que la soja implica y lo que debemos hacer justamente es desmontar este modelo.

El Imperio, siempre el Imperio!
Y la esencia de éste modelo de destrucción de nuestros suelos y de sus riquezas es similar al esquema de las pasteras (Gualeguaychú), donde se “exporta” agua, naturaleza, árboles, fauna, etc. en forma de pasta celulósica. De lo que se trata es de apropiarse de nuestros recursos naturales, no renovables por definición, para abastecer los hogares, las industrias, los animales y cuanto lo requiera en los países imperialistas. La minería desbasta las montañas y los glaciares, contamina los ríos, envenena la naturaleza.

La industria petrolera extranjera por obra y gracia de Menem y Kirchner- ya acabó con nuestros recursos petroleros y en sólo dos años estaremos suplicándole a Chávez que no nos abandone. Y así podríamos seguir...., pero volvamos a la soja, porque esto no se agota en los forrajes.

En efecto, al acabarse el petróleo está comenzando a insinuarse un nuevo boom: el del bio diesel, o sea la conversión de aceite de soja en combustible líquido para vehículos automotores: ahora vamos a cultivar soja para hacer biocombustibles, mientras Repsol, la empresa de los amigos de Kirchner, se lleva el petróleo y nos deja los pozos vacíos. Pasamos de un mono cultivo destructivo de soja para engordar los chanchos y las vacas europeas a un nuevo boom sojero para llenar los tanques de los autos de españoles y franceses.

Claro que, Monsanto y los grandes capitalistas del agro seguirán destruyendo nuestros campos y embolsando fortunas. Y nuestro gobierno entreguista seguirá mirando para otro lado, porque mientras la soja deje tantos y tantos dólares, mientras las reservas monetarias crezcan así, mientras los decretos de necesidad y urgencia y los superpoderes les permitan apoderarse impunemente de esos dineros públicos, mientras esto sea así, a quién le importa el desierto que se viene y el hambre que se encima.
(Por Alicia Caldarone, La Maza Digital, 25/10/2006)
http://www.ecoportal.net/content/view/full/64194

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