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2006-08-31
Compartimos plenamente con Félix Guattari en su libro "Las tres ecologías", que el drama ecológico en que se ha aventurado el planeta, ha sido durante demasiado tiempo objeto de una ignorancia sistemática y que actualmente sólo se visualizan los problemas ecológicos como simples perturbaciones que, continúan ignorando el espantoso drama o quizá la tragedia en la que como humanidad estamos embarcados.

Tal vez, por ello mismo, más de una vez y para diferenciarnos de los llamados ambientalistas que solamente buscan emparchar o remendar a una sociedad injusta a la cual resultan funcionales, nosotros, cuando predicamos la defensa de la Ecología, hemos insistido en que hacíamos política. Lo hicimos porque necesitábamos romper con los esquemas y con los estereotipos impuestos en torno al tema ambiental y porque deseábamos reafirmar nuestra vocación de hacer de las preocupaciones ecológicas y por las relaciones con la Naturaleza, una corriente que revitalizara el pensamiento político y que se preocupara por las mediaciones y las tareas de gobierno, tanto como por comprender los problemas a los que nos interpela el poder.

Sin embargo, debemos admitir que la Ecología, tal como nos enseña Enrique Leff, no es política en sí. Dice él: "Las relaciones entre seres vivos y naturaleza, las cadenas tróficas, las territorialidades de las especies, incluso las relaciones de depredación y dominación, no son políticas en ningún sentido. Si el campo de la política es llevado al territorio de la ecología es como respuesta al hecho de que la organización ecosistemática de la naturaleza ha sido negada y externalizada del campo de la economía y de las ciencias sociales.

Las relaciones de poder emergen y se configuran en el orden simbólico y del deseo del ser humano, en su diferencia radical con los otros seres vivos que son objeto de la ecología." Y aquí, nosotros queremos enfatizar esta diferencia radical que descubrimos al aproximarnos al tema, en la esencia misma de una primera comprensión de los ecosistemas. "La diferencia es siempre radical", nos dice Leff, "y esta fundada en una raíz cuyo proceso y destino es diversificarse, ramificarse, reedificarse".

Y añade: "El pensamiento de la diferencia es el proyecto de deconstrucción del pensamiento unitario, de aquel que busca acomodar la diversidad a la universalidad y someter lo heterogéneo a la medida de un equivalente universal, cerrar el círculo de las ciencias en una unidad del conocimiento, reducir las variedades ontológicas a sus homologías estructurales y encasillar las ideas dentro de un pensamiento único.

La ecología política enraíza el trabajo teórico de deconstrucción del logos en el campo político, donde no basta reconocer la existencia de la diversidad cultural, de los saberes tradicionales, de los derechos indígenas, para luego intentar resolver el conflicto que emana de sus diferentes formas de valorización de la naturaleza por la vía del mercado y sus compensaciones de costos."

Nos queda entonces, más claro y evidente el papel revelador y de deconstrucción, de la ecología, respecto al pensamiento único actualmente dominante. Y no estoy refiriéndome tan sólo al menemismo de los años noventa, sino también a las propuestas de construcción de consensos que nos hacen los sectores progresistas, y que, como bien nos ha enseñado el pensador Alberto Buela, enmascaran una voluntad tramposa y previa de establecer criterios que desconocen lo diferente. Es decir que, se nos engaña con el consenso al no permitírsenos previamente la necesaria definición de lo propio.

No alcanzamos siquiera a poder manifestar esa identidad que nos caracateriza, cuando ya sin conocer las diferencias que tenemos con los otros, se nos impone una universalidad que nos coloniza. El conocimiento de los ecosistemas por lo contrario, nos permite afirmar lo propio de cada uno para luego articularlo en la diversidad. Es por ello que Rodolfo Kusch insistía tanto en el valor de la negación en el pensamiento popular. La negación es en el pensador americano por excelencia, el instrumento subversivo y deconstructor del pensamiento hegemónico, con que los pueblos rechazan los consensos y las formas del dominio colonial y afirman su propia existencia en el campo simbólico.

De esas obstinadas negaciones surgen las Resistencias populares y también los 20 de diciembre. Es inútil y además ocioso, el demandar soluciones de aquellos cuya primera responsabilidad es la de practicar una obstinada negación. Porque la negación en el pensamiento popular es siempre un acto cultural, nos enseña Kusch, y la demanda es en la esperanza de salvación más que en la búsqueda de soluciones.

Estas son épocas en que los sectores medios gobiernan y usufructúan diversos mecanismos de poder, en especial en lo que ellos llaman la política y la cultura, y que no son más que nuevos ejercicios y mecanismos de poder y de colonización sobre aquellos que realmente generan la Cultura, con el objeto de transmitirles una visión del mundo que permita reproducir los actuales mecanismos de privilegio. Esos sectores medios parecieran haber descubierto la Ecología en los años noventa durante el menemismo, pero no como una recomposición de subjetividades o como una revisión de las visiones políticas, sino como un nuevo territorio a colonizar por el pensamiento único y el afán privatizador.

La María Julia fue el artífice de la incorporación de la cuestión ambiental a las políticas de Estado en las nuevas lógicas de los mercados financieros. Ella descubrió los negocios que el medio ambiente posibilitaba: los cementerios de residuos tóxicos internacionales, encubiertos bajo la llegada de conteineres sin destino preciso al puerto de Buenos Aires. El enorme negocio de la industria de los tratadores o Incineradores a cargo de las empresas de Yabrán y de Macri, y que aún permanece como un área de absoluta impunidad.

El negocio de la remediación, que anticipó con las promesas sobre el Riachuelo y con los manejos turbios en relación a los incendios de bosques en la Patagonia. Descubrió además el negocio ambiental de las cuencas hídricas y de los dineros internacionales a disposición de esos proyectos, pensemos que para los políticos los ríos siguen siendo un problema meramente ingenieril. Y por fin, el más importante y trascendente proyecto de toda su gestión, la generación de políticas que en los marcos del Protocolo de Kyoto de cambio cllimático, especulan por primera vez, con el mercado de los bonos de carbono.

Luego de aquella etapa criminalmente brillante, viene la gestión de Oscar Massei por la Alianza, una gestión penosa, de mera administración de los negocios menemistas, en el mejor de los casos sin comprender de qué se trataba y llegando al tema, tal como se acostumbra en la política vernácula, por mero descarte de otros puestos funcionariales ya repartidos entre los comilitones de la política. Es tal la colosal ignorancia de nuestra presunta dirigencia en todos los niveles del Estado y estoy incluyendo los gobiernos municipales, que cuando se reparten los cargos, tanto el medio ambiente como cultura quedan siempre para los perdidosos, para algún pariente pobre o para las amantes. En ese sentido Maria Julia en cambio, supo destacarse largamente de esos progresistas, su gestión fue francamente criminal pero nunca mediocre.

Después de Massei el progresista, tenemos a Savino, el enterrador de basura. Muchos años en los principales cargos del CEAMSE y algunos conflictos turbios, que el gobierno provincial habría visualizado como presuntos negociados con la basura domiciliaria, pareciera que ante el actual gobierno le proporcionaron suficiente currículum como para encabezar durante tres años la Secretaria de medio ambiente.

Si contemplamos esta etapa desde una perspectiva de política nacional, seguramente podamos considerar que pese al nulo perfil mediático de Savino, resulta ser la más penosa, porque refiere a una cerrada ignorancia de lo ambiental por parte de la dirigencia política proveniente del duhaldismo y de la generación de los setenta, a una incomprensión absoluta del modo de pensar que los caracteriza de cómo debido a sucesivas agresiones, la naturaleza va tornándose en un actor político cada vez más central y amenazante.

Pensemos que durante la gestión de Savino se va a producir la enorme extensión de la frontera agropecuaria o sea de los monocultivos de Soja sobre las tierras más frágiles y los montes de las provincias interiores, deforestando millones de hectáreas de bosque nativo y modificando el clima del noroeste sin que la Secretaría a su cargo ni siquiera considerase la posibilidad de declarar una emergencia forestal. Aún peor todavía, durante la gestión de Savino se va a producir el conflicto de Gualeguaychú con las pasteras y la Asamblea de vecinos de esa ciudad entrerriana, va a instalar el tema ambiental con una fuerza nunca antes vista en el escenario político nacional, provocando el estupor y el anonadamiento de la dirigencia política.

Increíblemente, las crisis suscitadas por un conflicto internacional de proporciones, se reflejan sobre la Cancillería argentina, pero no sobre la Secretaría de medio ambiente que permanece al margen durante largos meses de una situación que le es absolutamente inherente, hasta que el Ejecutivo decide provocar un cambio de dirigencia, cuando ya es evidente que Savino hace meses que esta ausente sin aviso, y entonces se le ofrece el puesto a Polino, un socialista experto en cooperativas.

No es ciencia ficción, no. No es tampoco el extraordinario desprecio por lo ecológico de la María Julia. No, es mera ignorancia, es apenas un pensamiento mutilado de lo ambiental y que sigue considerando a la política como un manejo relativo a las cuestiones del poder y de la manipulación de los hombres por fuera de todo sustento epistemológico. No es una crítica a Polino, todo lo contrario, aún confesando ser ignorante del tema tal como lo hizo con honestidad, estoy seguro que habría puesto el mejor empeño en llevar adelante una gestión inteligente al menos y hasta idónea.

Lo que me sorprende es que en medio de la crisis suscitada por las pasteras se persista en especular con lo ambiental en la sola perspectiva de los acuerdos electorales. ¿Contumacia política? Tal vez, no se habría justificado el 20 de diciembre en un país como Argentina, sino fuera que, no merecemos la clase dirigente que nos gobierna.

Y al fin de tanto desacierto, de tanto palo de ciego: la elección para el cargo de Romina Picolotti. Como aceptando las condiciones impuestas por el levantamiento de Gualeguaychú, pero rescatando de la diversidad de la Asamblea, la mirada más inteligente y funcional al sistema. El problema de las pasteras no es de modelos de producción como afirma Galeano, sino de mera ubicación de las empresas contaminadoras. Tal como nos dijo un alto funcionario días pasados: todas las ventajas van a una orilla y todas las desventajas a la otra. ¡Qué sencillo, qué fácil de interpretar!

El problema puede tener un desenlace civilizado sólo en los tribunales internacionales, nunca en las rutas cortadas. Donde se hace fuerte la gente del común, añadiríamos nosotros. ¿De nuevo María Julia? Tal vez, muchos de los antecedentes del CEDHA, la ONG a la que pertenece la nueva Secretaria, permiten suponer que tal como dicen los altos funcionarios, conoce mucho del tema.

Sí, pero debemos aclarar que lo conoce en función de las nuevas poticas globales del Imperio y esas políticas nos anticipan más certificaciones de calidad que legitimen los modelos de extracción, nuevos criterios de sustentabilidad y de contaminación destinados al mismo objetivo, protocolos diversos y promoción de mecanismos de desarrollo limpio que diluyan las percepciones de catástrofe, proyectos de inversión en medio ambiente, reconocimiento de los monocultivos como sumideros de carbono, respaldo a las políticas de Responsabilidad Social Empresarial con que se encubren las corporaciones, impulso a los Biocombustibles como parte de las nuevas matrices tecnológicas planetarias y relevamientos de la Biodiversidad para responder a las nuevas demandas de los mercados biotecnológicos. En concreto: maquillaje verde e integración de lo ambiental a las necesidades y políticas de las corporaciones y de los mecanismos financieros de la globalización.

La política vernácula, ahora en manos de los sectores progresistas o acaso de izquierda, no solo continúa ignorando lo ecológico de una manera obstinada, sino que, por añadidura, descubre ahora y explora las posibilidades que le proporcionan el gatoverdismo y hasta el antiimperialismo. El gatoverdismo es el maquillaje verde. ¿Qué cosa es el antiimperialismo entonces en políticas ambientales? El antiimperialismo es, de pronto, el descubrir, gracias a los focos mediáticos, que es Douglas Tompkins, quien nos roba el Estero del Iberá y por añadidura amenaza con llevarse el acuífero guaraní para su casa.

¿Qué fácil que era entender lo ambiental, verdad? Además, lo vinculamos al "desalambrar" que nos proponía Viglietti en los setenta, a la bandera de la Reforma Agraria, siempre tan vigente en nuestros antiguos ensueños revolucionarios y nos queda la conciencia patriótica tranquila. Ahora sí, que gracias a la compañera Romina y al compañero Delía, al fin pareciera que hemos incorporado la ecología a la política.
(Por Jorge Eduardo Rulli, Eco Portal, 29/08/2006)
http://www.ecoportal.net/content/view/full/62584

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