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2006-06-27
Erosión y desertificación son dos palabras mágicas porque conectan con sentimientos colectivos profundos, tales como abandono, desolación y muerte, y son un ejemplo de los problemas ambientales acerca de los cuales parece no haber grandes disidencias, ni entre los ciudadanos ni entre las diferentes instituciones públicas, los investigadores y las voces ambientalistas. Este aparente consenso está favorecido por una serie de tópicos, es decir, de ideas fácilmente aceptadas desde el principio por su poder explicativo, prácticamente no cuestionadas y con grandes dosis de inercia frente a su posible reemplazo.

La siguiente reflexión se enfoca a partir del análisis del discurso más generalizado en torno a la desertificación, cuyo planteamiento podría ser el siguiente: “La desertificación es un proceso de degradación del suelo, agua, vegetación y otros recursos que en España es debido, sobretodo, a la erosión hídrica, la cual a su vez se debe en buena parte a la secular destrucción de la vegetación. El único remedio definitivo es la reconstrucción de la cubierta vegetal protectora”. Esta conexión de ideas ofrece una vía a su discusión ordenada.

Desertificación, degradación del suelo y erosión
En 1991 el PNUMA definió la desertificación como “La degradación de la tierra en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas debido a un impacto humano negativo”. Este concepto resulta muy vago y amplio, ya que en principio debe considerar cualquier tipo de degradación de la tierra incluyendo procesos tan variados como la salinización, la calidad paisajística, la banalización de ecosistemas, los impactos generados por las actividades extractivas, la contaminación de suelos, etc. Sin embargo, al menos en España, en la práctica usualmente sólo se asocia con unos pocos procesos concretos como la salinización y sobre todo la erosión del suelo, sin que ello implique necesariamente que tales procesos son los principales o más relevantes procesos de degradación existentes en un territorio dado.

La utilización del término desertificación como expresión de los distintos procesos de degradación posee, además, diversos efectos contraproducentes. En primer lugar, se trata de una definición que no aporta nada nuevo ni es útil, ya que puede referirse a procesos demasiado diferentes. Resulta al menos confuso aludir con un mismo término a la diversidad de procesos y problemas de degradación existentes en cada lugar. La utilidad del concepto de desertificación ha sido cuestionada también en otros contextos territoriales, por su amplia y vaga definición.

En segundo lugar, al asimilar desertificación con degradación, se fortalecen las connotaciones negativas que injustificadamente recibe otro término próximo: el de desierto, connotaciones negativas profundamente arraigadas en la opinión pública y en buena parte del ámbito técnico. Así, las áreas desérticas y zonas áridas, las cuales se definen en términos estrictamente climáticos, son consideradas como zonas degradadas, por lo que son receptoras de todo tipo de infraestructuras, polígonos industriales, vertidos y acumulaciones de residuos sin que ello genere una preocupación especial. Estas zonas están sufriendo por ello una alarmante pérdida de calidad paisajística y ambiental, especialmente en los saladares y zonas esteparias.

Erosión del suelo en España
La erosión se define generalmente como el arranque, transporte y sedimentación de materiales, aunque en ámbitos no científicos se tiende a asociar la erosión sólo con el arranque de materiales y no con los procesos de sedimentación. En España la desertificación se ha asociado principalmente con la erosión, especialmente con la erosión en el medio natural. Esta identificación, todavía activa en muchos ámbitos, no puede seguir sustentándose ni desde un punto de vista científico ni desde el punto de vista de las implicaciones socio-económicas que suelen asociarse a los procesos de desertificación. Un número creciente de trabajos de investigación muestran que la mayoría de las tasas de erosión que se habían estimado en medios naturales y semi-naturales en España, y todavía en uso, están considerablemente sobrestimadas por diversas razones metodológicas:

1 En primer lugar, en España se ha utilizado de forma generalizada la ecuación USLE, con algunas modificaciones, para estimar las tasas de erosión a gran escala espacial. Esto es inadecuado porque dicha ecuación fue diseñada para pequeñas parcelas agrícolas (con una longitud de decenas de metros) y fuera de dicho contexto (pequeña escala, uso agrícola), da lugar a importantes sobrestimas. En una revisión sobre tasas de erosión en Murcia, que habitualmente se considera un territorio especialmente vulnerable frente a la erosión y la desertificación, y tras analizar 316 trabajos de investigación, se ha evidenciado que la USLE y métodos similares dan lugar a tasas de erosión entre 10 y 60 veces mayores que los obtenidos con medidas.

Esto ha jugado un papel esencial en la justificación técnica de la pasada política forestal española, que consideraba que el matorral, especialmente en áreas como el Sureste Ibérico, sufría altas tasas de erosión que habían de atajarse a través de correcciones hidrológicas y repoblaciones forestales. Las tasas de erosión estimadas con la USLE y métodos similares constituyen todavía la base de la cartografía temática y de los instrumentos técnicos aplicados en España por las administraciones (como el Plan Forestal de la Comunidad Valenciana y el Plan de Acción Nacional para Combatir la Desertificación).

2 La USLE subestima el papel del matorral y de la vegetación con poca cobertura, propia de las zonas áridas, en el control de los procesos de erosión. Las mediciones en parcelas experimentales en Murcia sobre matorrales abiertos y vegetación de zonas áridas arrojan tasas de erosión ente 0,1 y 1 toneladas por hectárea y año, con un máximo de 3 toneladas por hectárea y año encontrado sobre margas.

3 Debido a los complejos factores de control y a los procesos de sedimentación y redistribución de materiales, las tasas de erosión dependen estrechamente de la escala espacial, de forma que disminuyen de forma espectacular cuando se pasa de una escala de metros cuadrados a kilómetros cuadrados o cuencas enteras.

4 Las tasas altas de erosión en medios no agrícolas en España se restringen a zonas muy limitadas, como los badlands, generados por activos procesos geomorfológicos y que constituyen paisajes especiales con un alto valor científico y ecológico y que mantienen hábitats de gran interés, todo lo cual se ha empezado a reconocer con la declaración de algunos de ellos como espacio protegido. Es el caso del Parque Natural Desierto de Tabernas (Almería), propuesto como Parque Nacional, y del Paisaje Protegido Barrancos de Gebas (Murcia).

En España los principales problemas de erosión del suelo se localizan en zonas agrícolas marginales sobre materiales sueltos y altas pendientes, áreas donde los subsidios de la PAC han promovido la expansión de olivos y almendros. La otra fuente de problemas de erosión en sistemas agrarios deriva de la proliferación de invernaderos en las sierras costeras y áreas de elevada pendiente en Murcia y Almería. La construcción de estos invernaderos, que en ocasiones ocupan extensiones muy grandes en las faldas de las sierras costeras, requiere grandes movimientos de tierra, similares a veces a los requeridos por las canteras. A pesar de ello cual, estos procesos no están considerados en los planes nacionales de lucha contra la erosión, como el Plan de Acción Nacional para Combatir la Desertificación y el Plan Nacional de Acciones Prioritarias de Restauración Hidrológico-Forestal y Control de la Erosión.

No obstante, y al menos en España, el proceso que realmente está causando mayor pérdida irreparable de suelo fértil, como recurso natural no renovable, no es la erosión sino la urbanización y ocupación de los valles fluviales de regadío tradicional y otros suelos de alto valor agrícola con edificaciones, carreteras y otras infraestructuras. Ya en 1992 el país europeo más afectado era España, que era a la vez el país con menor proporción de suelos de alto valor agrícola y el país en el que la pérdida anual por urbanización de este tipo de suelos de alta calidad era mayor. En la actualidad asistimos a una grave aceleración de este preocupante proceso, al calor de una especulación urbanística generalizada. Constituye una paradoja la aparente preocupación en torno a la erosión en áreas de baja calidad agrícola, como las zonas de margas, cuando los suelos realmente fértiles de los valles agrícolas están desapareciendo irreversiblemente bajo la urbanización y ocupación por distintas infraestructuras, sin que ello suscite una especial preocupación.

Mitos en torno a la vegetación y acción humana en zonas áridas
Asociar zonas áridas con la secular destrucción de la cubierta vegetal se basa en ideas simplistas y frecuentemente erróneas. En zonas áridas como el Sureste Ibérico, el equilibrio dinámico clima-vegetación impide la existencia de un estrato arbóreo. De hecho, buena parte de las comunidades vegetales de estas zonas, aunque de bajo porte, presentan un grado de conservación y de madurez mucho mayor que el encontrado en otras zonas con mayores precipitaciones y estratos arbóreos. Y es que la aguda escasez de recursos hídricos ha mantenido estas zonas, hasta época reciente, muy alejada de los procesos productivos y de una intensa intervención y explotación humana.

Tales ideas simplistas refuerzan la creencia errónea -y profundamente negativa para la conservación de la biodiversidad de las zonas áridas- de que la acción secular del hombre ha deforestado el territorio carente de bosque y que en este territorio la erosión actúa sin control. Esta imagen simplista y falsa ha contribuido a una escasa valoración en los círculos técnicos de la vegetación de zonas áridas, lo que viene creando dificultades para una conservación efectiva de estos ecosistemas. Estos tópicos han justificado una nefasta política forestal, que ha constituido un claro factor de degradación de la biodiversidad de las zonas áridas, al suponer la eliminación o una grave afección a comunidades de gran valor ecológico y naturalístico, cuya excepcional importancia se ha puesto de manifiesto con el inventario de hábitats de interés comunitario y prioritario para la Unión Europea y con las propuestas de LIC para la red Natura-2000. Pese a ello, las actuaciones hidrológico-forestales todavía se incluyen en la Estrategia Forestal Nacional como un instrumento importante para combatir la desertificación.

Desertificación en España: un problema de gestión insostenible del agua
El crecimiento descontrolado del regadío en el Sureste Ibérico, al que recientemente se ha unido la proliferación urbanística, está generando una intensiva explotación de los acuíferos sin precedentes. El regadío en la cuenca del Segura consumía ya en 1995 el 225% de los recursos renovables, lo que supone la mayor presión sobre los sistemas naturales de todos los países mediterráneos europeos. Este consumo muy por encima de los recursos disponibles se sustenta en una generalizada sobreexplotación de los acuíferos.

La sobreexplotación de toda la cuenca entre 1983 y 1995 ha crecido a un ritmo exponencial, con una tasa de crecimiento del 15,3 % anual, lo que implica que el volumen de sobreexplotación de los acuíferos se duplicó cada 4,5 años. Las consecuencias ambientales y sociales de esta sobreexplotación incluyen el descenso de los niveles piezométricos, la progresiva salinización de muchos acuíferos, la desaparición de numerosas fuentes y manantiales, la degradación de diversos humedales, incluidas surgencias dentro del propio río, el agotamiento de las aguas de reserva y la degradación del paisaje y pérdida del valor escénico de manantiales y humedales. En áreas costeras de la cuenca como Mazarrón y Águilas, la sobreexplotación de acuíferos ha ocasionado la pérdida del 85% de los caudales de manantiales existentes en 1916.

Este proceso de agotamiento de acuíferos, destrucción de humedales y gestión insostenible del agua es el proceso que en España más se ajusta al síndrome de desertificación, en tanto que pérdida irreversible de la productividad natural de los sistemas, y al que deberían hacer frente los planes nacionales de lucha contra la desertificación.
(Por Julia Martínez e Miguel Ángel Esteve, Eco Portal, 25/06/2006)
http://www.ecoportal.net/content/view/full/60724

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