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2006-04-26
Es la cantidad de material radioactivo que aún yace en su interior. La estructura que lo contiene corre el riesgo de colapso. Ya desde lejos, cuando se atraviesa el tercer control militar que revisa autos, pasaportes y autorizaciones, se ve un inmenso monstruo gris del que sobresale una torre gigante y amenazadora. Es el "búnker" de concreto y acero que se construyó sobre el reactor nuclear número 4 de Chernobyl para evitar que la radiación siguiera envenenando la Tierra. Lo llaman el "sarcófago", una palabra no sólo lúgubre sino inexacta porque lo que contiene dentro (200 toneladas de material radioactivo que nadie puede sacar de ahí) lejos de estar muerto se encuentra en alta actividad.

Al lado hay un enorme cubo de cemento donde se depositaba el uranio ya utilizado. Pocos metros más allá, se ve el reactor 6, que quedó incompleto. Ahí se yerguen, congeladas en el tiempo, las grúas utilizadas por los obreros que lo construían, exactamente igual que el día que explotó Chernobyl, hace 20 años. En el camino, dos mujeres con cofias en la cabeza pintan de blanco los árboles como si se temiera una epidemia. Uno no puede dejar de pensar si usan la cofia para protegerse de la radioactividad. Es inevitable que la ansiedad y el miedo crezcan a medida que uno se acerca a la central nuclear, alguna vez llamada, "Vladimir Lenin", y más todavía cuando se llega casi al pie del reactor 4 y su sarcófago.

Fue un error humano o hubo fallas en la construcción?, preguntó Clarín a Igor Staravoitov, del servicio de informaciones de la central nuclear. "Ambos. Si el reactor hubiera sido perfecto no hubiera tenido cabida el error humano", respondió. Durante un tiempo se sostuvo que el desastre de Chernobyl, orgullo científico de Unión Soviética, sucedió porque los operadores, aquella madrugada del 26 de abril de 1986, intentaron mejorar el sistema de seguridad del reactor y cometieron un error de cálculo. Pero teorías más actuales le quitan el halo de ensayo científico y lo atribuyen más al desgano.

"En aquel momento la Unión Soviética hablaba del "átomo pacífico" Cómo iba la superpotencia comunista, que se proponía a sí misma como modelo para construir "un futuro radiante para la humanidad", reconocer ante el mundo el fracaso de Chernobyl?", se preguntó esta semana ante la prensa Yuri Shcherbak, embajador plenipotenciario de Ucrania. "El accidente ocurrió porque los operadores violaron los procedimientos de manutención y porque el reactor tenía fallas de construcción". Y advirtió: "Chernobyl nos recuerda lo peligroso que es que una elite cerrada no tenga que dar explicaciones a nadie y que un grupo de científicos crea tener derecho al monopolio de las decisiones. Chernobyl nos enseña el valor de la democracia".

Pero el problema no es sólo del pasado. "El riesgo está todavía ahí", dijo señalando el "sarcófago" pero sin inmutarse Julia Marusych, la científica que dialogó con Clarín desde una oficina vidriada a pocos metros del reactor. "La explosión nuclear del 26 de abril elevó la temperatura a 2.500 grados. Se derritieron metales, cemento, material radioactivo. Se fundió todo y ahí está, debajo del reactor. Son 200 toneladas de material radioactivo".

"Pero eso está controlado?", preguntó Clarín con la esperanza de obtener una respuesta positiva.
"No. Se monitorea la humedad, la temperatura, las radiaciones pero todavía es imposible obtener información completa. La situación no está bajo control. Sólo el 25% del sarcófago es accesible a los hombres". Y señala un reloj digital que hay en la oficina y que marca la radiación que hay en el exterior. "Los niveles son altos pero no letales", dice. Los empleados, como ella, llevan en los bolsillos permanentemente un medidor. Una vez por mes controlan el nivel de acumulación radioactiva. Sus puestos son rotativos.

En la oficina hay fotos color sepia tomadas en los días posteriores a la catástrofe. En una hay cuatro hombres en primer plano y otros cuatro más atrás que posan con traje de fajina, gorro con orejeras (como los de un aviador), barbijo y guantes de tela. Eran "los liquidadores" (otra palabra equívoca y nefasta), los hombres que así precariamente vestidos limpiaron el lugar de la explosión, construyeron el sarcófago, apagaron el incendio o ayudaron a evacuar a los cientos de miles de habitantes de los alrededores de Chernobyl. "Muchos no querían pero los trabajadores comunistas no podían negarse", explicó luego a Clarín el periodista ucraniano Boris Klimenko, quitándole también el halo de heroísmo a esa gente que perdió la vida por Chernobyl.

Sobre una mesa hay una maqueta del reactor y su sarcófago. "Hay 8 zonas probables de colapso", continúa Marusych, siempre imperturbable. Marca con el dedo una columna que es sostén principal de toda la estructura. Está inclinada como la Torre de Pisa. "Trabajamos intensamente en estabilizar la estructura", agrega la científica. Luego muestra un techo totalmente desencajado por el que claramente hay enormes pérdidas de radioactividad.

"Y qué se puede hacer con las 200 toneladas radioactivas que están ahí adentro?"
"Se deberían remover, almacenar y enterrar. Hay una comisión internacional de científicos que piensa en eso, pero todavía no existe la tecnología para hacerlo".
"En cuánto tiempo deja de ser peligrosa?"
No hubo respuesta.
"No tiene miedo de venir a trabajar acá?" "Cada uno sabe muy bien en qué condiciones trabaja y yo me siento muy segura."
Al salir de la oficina uno quiere dejar atrás, lo antes posible, esa radiación que flota en el ambiente. Hay que pasar antes un control de radioactividad por un aparato vetusto. Buena suerte: la luz verde dice que está todo bien.
(Clarin, 24/04/06)
http://www.clarin.com/diario/2006/04/24/elmundo/i-02401.htm

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