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2006-03-21
Por George Monbiot
Durante los primeros tres millones de años de historia de la Humanidad, vivimos conforme a las circunstancias. Nuestras vidas se regían por las casualidades de la ecología. Vivíamos, como todos los animales, con temor al hambre, a los predadores, al clima y a las enfermedades.

Después, durante unos miles de años, cuando hubimos comprendido los rudimentos de la agricultura y el almacenamiento de las cosechas, disfrutamos de una mayor seguridad alimentaria, y pronto destruimos a muchos de nuestros depredadores no-humanos. Pero nuestras vidas las regían espadas, hachas y lanzas. La lucha principal se hacía por la tierra. La necesitábamos no sólo para sembrar nuestras cosechas sino también para proveernos de fuentes de energía (pasto para nuestros caballos y bueyes, madera para nuestro fuego).

Entonces descubrimos los combustibles fósiles y todo cambió. Ya no estábamos constreñidos por la necesidad de vivir a merced de la energía ambiental; podíamos mantenernos mediante la luz del sol almacenada desde hacía 350 millones de años. Las nuevas fuentes de energía permitían a la economía crecer, lo suficiente como para absorber a algunas personas expulsadas por las antiguas disputas por la tierra. Los combustibles fósiles permitían expandirse tanto a la industria como a las ciudades, lo que permitía a los trabajadores organizarse y forzar a los déspotas a disminuir su abuso de poder. Los combustibles fósiles nos ayudaron a librar guerras de un horror nunca conocido, pero también redujeron la necesidad de las guerras. Por primera vez en la historia de la Humanidad, incluso por primera vez en la historia de la vida, había un excedente de energía disponible. Podíamos sobrevivir sin tener que luchar contra nadie por la energía que necesitábamos. La productividad agraria aumentó de 10 a 20 veces. La productividad económica se multiplicó por 100. La mayoría podíamos vivir como nunca nadie había vivido antes.

Y todo lo que veis a vuestro alrededor es el resultado de aquello. Hemos podido juntarnos aquí de todos los rincones del país gracias a los combustibles fósiles. Los gobernantes no nos cobran comisión ni restringen nuestro consumo (o en cualquier caso todavía no) gracias a los combustibles fósiles. Nuestras libertades, nuestro bienestar, nuestra prosperidad se los debemos a los combustibles fósiles.

La nuestra es la generación más afortunada de todas las que ha habido y habrá. Vivimos el breve intervalo histórico entre la violencia ecológica y la catástrofe ecológica. No tengo que recordaros cuáles son las dos fuerzas que convergen en nuestras vidas. Nos enfrentamos a una escasez inminente de una fuente de energía difícil de reemplazar: los combustibles fósiles líquidos. Y nos enfrentamos con las consecuencias medioambientales del consumo de combustibles fósiles que ha hecho posible que lleguemos a donde estamos.

La estructura, la complejidad, la diversidad de nuestras vidas, todo lo que conocemos, todo lo que dimos por sentado, todo lo que parecía sólido e innegociable, de pronto parece contingente. Todo esto es como una enorme pila tambaleante que se balancea sobre una pelota a punto de comenzar a rodar montaña abajo.

Escucho a la gente hablar de la reducción que les gustaría ver en las emisiones de carbono. A mí no me interesa lo que a la gente le gustaría ver. Me interesa lo que dice la ciencia. Y la ciencia habla claro. No necesitamos un 20% de reducción para 2020, ni un 60% para 2050, sino un 90% para 2030. Sólo de esa forma conseguiríamos mantener la concentración de carbono en la atmósfera por debajo de 430 unidades por millón, lo que significa que sólo así evitaríamos algunas de las temidas consecuencias. Si dejamos que supere ese índice no hay nada que hacer. La biosfera es la fuente primaria de carbono. Se nos escapa de las manos.

La idea de que podemos conseguirlo reemplazando los combustibles fósiles por energías renovables es una fantasía. Es verdad que tenemos fuentes de energía sin explotar en el viento, las olas, las mareas y la luz del sol, pero ni están lo suficientemente concentradas ni son lo suficientemente consistentes como para que podamos utilizarlas y seguir como antes.

Una reducción como esa requiere una gran restricción en nuestro uso de energía. Se dispone de algunas tecnologías, pero seguramente no nos lleven muy lejos. Si se quiere reducir las emisiones de carbono en un 10%, el uso de la energía deberá restringirse en un 50%. El único método para conseguirlo es un racionamiento nacional acompañado de una disminución y convergencia mundiales.

Nosotros nos encontramos en una posición extraordinaria. Se trata del primer movimiento político de masas para pedir menos, no más. Somos los primeros en tomar las calles pidiendo austeridad. Los primeros en pedir que nuestro lujo, nuestra comodidad, se reduzcan.

Estos son los mayores retos políticos que ningún movimiento ha afrontado. Pero estamos alcanzándolos. Los estamos alcanzando. Pero no dejéis que nadie os diga que será fácil. Si sólo se tratara de poner verde a George Bush, ya lo habríamos conseguido. Pero no sólo tenemos que luchar contra él, ni contra nuestro propio Gobierno, ni entre nosotros; también tenemos que luchar contra nosotros mismos. La lucha contra el cambio climático es la lucha contra mucho de lo que hemos llegado a ser. Es una lucha contra algunos de nuestros impulsos más básicos.

No podemos pedir a los demás que dejen de volar si nosotros seguimos volando. No podemos pedir al Gobierno que nos fuerce a cambiar si no estamos preparados para el cambio. La batalla más importante de nuestras vidas se librará no sólo ahí afuera, sino también en nuestro interior.
(Eco Portal, 20/03/06)
http://www.ecoportal.net/content/view/full/57491

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