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conflito fundiário terras indígenas
2010-07-06 | Tatianaf

Es básico, un cambio de actitud, hacer las cosas bien, recuperar la ética, fortalecer los principios, gobernar con transparencia, recuperar la humildad, la capacidad de diálogo y escucha, pero no debemos olvidar que solos no podemos, debemos tener la capacidad de establecer un relacionamiento intercultural desde todos los espacios, que nos permita fortalecernos de manera conjunta.

En mayo de 2010 el tejido de comunicación de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca - ACIN, publicó un artículo titulado “Estrategias para dividir al movimiento indígena.”(1). Ignoro las razones que condujeron a la ACIN a ventilar públicamente un tema que se venía hablando sólo en corrillos de versados en esta materia, percibo sin embargo, que al hacer públicas las discrepancias que se presentan al interior de las organizaciones, se está convocando a un debate y deduzco en consecuencia, que es de buen recibimiento emitir un concepto sobre este escrito. En mi caso voy a hacer una serie de observaciones al respecto. Pero además de comentar el artículo, me atrevo a señalar desarrollos de este espacio de información y opinión del mundo indígena, que a juicio de muchos amigos de los indígenas, son desacertados.

Considero atinado y acojo con beneplácito que la ACIN, haciendo gala del lema de su órgano de comunicación “para la verdad y la vida”, no reserve los problemas y menos que tuerza la realidad, como nos tienen acostumbrados muchas organizaciones sociales y políticas, para las cuales lo principal es mostrar una radiante y favorable imagen hacia fuera, así se estén reventando por dentro.

Una primera apreciación sobre el tejido de comunicación de la ACIN es que muchas de sus noticias ya contienen una opinión. De esta manera la noticia no es una información imparcial, pues está editada por las ideas y posturas ideológicas del que la emite. No se establece una diferencia entonces entre información y opinión. La información requiere objetividad. La opinión es diferente, es subjetiva, es una valoración de la información. Ambas, información y opinión son indispensables para orientar la acción. No obstante no es procedente, en términos de la comunicación, fusionarlas sin distinguirlas.

Una segunda apreciación sobre este órgano de comunicación, se refiere al estilo de generar comunicación, que ha venido evolucionando desventajosamente en detrimento de la comunicación hacia las comunidades y organizaciones indígenas, dándole más prioridad a las relaciones externas. Esta evolución estaría plenamente justificada si lo que se persigue es ganar amigos afuera y capitalizar apoyos que tanto necesitan las organizaciones, solidaridades aún más necesarias en la era Uribe. Pero lo que es desafortunado en términos de la comunicación es que sus opiniones sean impetuosas, por no decir intransigentes. Sus convicciones son imperiosas, inapelables, pues parece ser que los editores suponen que de no proceder así, este medio de comunicación luciría inseguro y débil, lo que le restaría credibilidad, como es el caso de órganos oficiales de los partidos. Esto, unido a una imponente capacidad para discurrir sobre todos los temas posibles, los divinos y los humanos, partiendo de férreas posiciones ideológicas (‘a prueba de balas’) conduce al dogmatismo, a una constricción del diálogo y a la desvalorización de otras voces, lo que no favorece una formación crítica, no fomenta capacidades analíticas, no promueve la interculturalidad, ni el desarrollo de una cultura política diferente, ni el manejo de las relaciones con otros sectores sociales, con los cuales mantienen diferencias culturales y políticas, aunque comparten similares condiciones de exclusión.

“Tener convicciones es tener esperanzas” decía Brecht. Pero una cosa es la convicción y otra la obstinación, actitud anímica cegada que bloquea el espíritu deliberativo que requiere cualquier concierto democrático. En esa dirección apunta Alejandro Gaviria cuando afirma que “la democracia deliberativa necesita flexibilidad, incluso desapego ideológico”, pues “sin cambios de opinión, la deliberación es un ejercicio estéril, casi absurdo” (2). La perseverancia en opiniones inamovibles no es un atributo de posturas políticas liberales (3) consistentes, pues se repudian de antemano argumentos discrepantes. Más aún, se clausura el espíritu para la búsqueda de otras alternativas o nuevos paradigmas (4). Inmunes a cualquier evidencia que controvierta sus lealtades ideológicas, los editores prescinden de muchas informaciones y desarrollos de la sociedad que son provechosos para los pueblos indígenas. De esa manera no hay diálogo entre diversos puntos de vista. No hay forcejeo de ideas. No se desarrollan medios creativos para promover la interculturalidad.

Pasando al escrito, confieso que me sorprendió la manera franca y llana del articulista para tratar las divergencias que se manifiestan al interior del movimiento indígena caucano. También que en este caso se busca ser objetivo con la problemática que se presenta. Esto envía mensajes positivos para la práctica de la comunicación e intuyo por lo tanto que van a recibir estas modestas apreciaciones críticas como un aporte para continuar perfeccionando este medio de comunicación, no sólo porque en el tema étnico es el único que hay en el país, sino porque juega un papel en la formación política no sólo de los indígenas, sino de sus vecinos campesinos y afrocolombianos.

Comienzo indicando que el artículo tiene una serie de afirmaciones que aunque acertadas, paradójicamente conducen a conclusiones equívocas. No es ausencia de sintaxis, la que también se presenta en el escrito. Tampoco porque al articulista lo traicione la memoria que, coartada por el deseo, distorsiona experiencias del movimiento indígena, como se verá más adelante, sino por la equivocada (a veces ausente) valoración política que hace de los conflictos. Ofrezco disculpas, no faltaba más, por los disgustos que puedan ocasionar estas críticas.

El artículo tiene tres significativos párrafos que describen resumidamente la problemática:

“En agosto de 2006 aparece en Caloto, Cauca, un grupo de comuneros integrados por comunidades mayoritariamente de Caldono y Caloto, llamados “Movimiento Sin Tierra Nietos de Quintín Lame”. Ellos plantean un inconformismo con las autoridades, desde la dirección del CRIC hasta las autoridades locales. Los nietos de Quintín Lame surgen en el marco de la liberación de la madre tierra, argumentan sus razones de origen en búsqueda de respuestas a la falta de tierras, la exclusión económica, la privatización de la salud y la educación, la falta de representación por parte de los directivos frente a las bases, la impunidad y la injusticia. Denuncian también la concentración de la tierra en pocas manos y exigen una verdadera reforma agraria. Plantean que si no se toman medidas de presión y acciones directas, el gobierno nunca entregará tierras a las comunidades. Esto lleva a fuertes contradicciones con los dirigentes tradicionales, quienes siguen apostándole al diálogo y a las acciones pacíficas”.

“Con los mismos argumentos de los Nietos de Quintín Lame, surgen las Asociaciones Indígenas Lorenzo Ramos y Avelino Ul con integrantes de las comunidades de Miranda, Corinto, Tacueyó, Toribío, San Francisco, Jambaló, Canoas y Caldono. Ellos cuestionan fuertemente a las autoridades tradicionales, con quienes han tenido fuertes contradicciones afirmando que la dirigencia maneja estilos de participación poco democráticos. Plantean la búsqueda de un ambiente más amplio de participación, sin obediencia vertical y con jóvenes críticos. Las autoridades tradicionales rechazan los ataques, difamaciones y acciones de vandalismos de estos grupos en contra de la organización indígena, como la quema de un vehículo del Proyecto Nasa y la amenaza contra algunos líderes. Tampoco justifican su inconformidad y por estos hechos de agresión han sancionado a algunos comuneros”.

“Las autoridades tradicionales manifiestan que con acciones directas y con el desconocimiento del proceso interno de la organización, estos grupos antes de favorecer los intereses de las comunidades, entorpecen el proceso que actualmente se adelanta puesto que generan contradicciones y confusión internas, lo que conlleva al fortaleciendo de la estrategia histórica de alienamiento (sic) y división ejercida contra el proceso”.

Se reconoce pues que hay vacios en la organización. Se reconoce también que se han cometido errores, que habrían originado inconformidades en comuneros de varios resguardos. Lo que no admiten “las autoridades tradicionales” es que “justifiquen su inconformidad” y menos con acciones violentas.

Cuando se plantean las razones del inconformismo del Movimiento Sin Tierra Nietos de Quintín Lame pero no se refutan, lleva a pensar que en realidad esas causas existen y que el malestar tendría fundamento. Y esto debería encender las alarmas de la organización indígena. ¿Por qué? Porque fueron esas mismas razones (¡sorprendentemente similares!) las que dieron origen al Consejo Regional Indígena del Cauca – CRIC, la organización indígena más beligerante en la conquista de los derechos de los pueblos indígenas que ha tenido Colombia. Recordemos:

El CRIC, fundado el 24 de febrero de 1971 en Toribío, surge en un momento en que la presión de los terratenientes sobre las tierras indígenas se había vuelto insoportable y amenazante para su sobrevivencia. No era por lo tanto extraño que la principal reivindicación tuviera que ver con la ‘recuperación de las tierras de los resguardos’. Tampoco fue casual que los indígenas que más apoyaron la creación del CRIC fueran los ‘terrajeros’, aquellos indígenas sin tierra que tenían que trabajar gratuitamente para el patrón varios días al mes, a cambio de recibir en usufructo un pedazo de su propia tierra. Estos terrajeros provenían de varias zonas indígenas del Cauca. Los más conocidos y combativos eran los de El Credo, en el Municipio de Caloto, pero venían también terrajeros “muy verracos” (al decir de Álvaro Tombé) de San Fernando y el Gran Chimán en el resguardo de Guambía y de Loma Gorda, en Jambaló. Puesto que las autoridades públicas estaban aliadas con los terratenientes y gamonales, estas luchas indígenas por la tierra adquirían el carácter de insurrección y como tal fueron reprimidas por el gobierno, causando centenares de muertos en las comunidades. Esta lucha iniciada por los terrajeros sin tierra, recuperando las tierras de sus ancestros, ha sido la lucha más autentica de ‘liberación de la madre tierra’.

Pero hay otra similitud proverbial: Estos terrajeros “insurrectos” se levantaron también contra sus autoridades, los cabildos, pues estos les habían dado la espalda y no apoyaban sus luchas. Rogelio Mestizo, antiguo terrajero de El Credo, comentaba que el gobernador de su cabildo los forzaba a deponer la lucha por la tierra, “porque ellos (los cabildos) decían que era pecado quitarle la tierra al patrón” (conversación personal).

 Dada la poca comprensión que prevalecía en el país por lo indígena, el lenguaje de los dirigentes era prudente y, de algún modo, asimilado en relaciones externas con el movimiento campesino, sindicatos agrarios, iglesias, etc. Con sentido pragmático, las alianzas se llevaban a cabo sin meticulosos análisis sobre las ideologías y propósitos de los que se solidarizaban con sus luchas, pues de lo que se trataba en esa etapa de movilización por la tierra era crecer, sumar voluntades, “unir hombros”, añadir amigos y acumular fuerzas para conquistar espacios políticos que posibilitaran la consolidación de su movimiento, pues lo que estaba en juego era la tierra, el medio fundamental para su sobrevivencia. No se trataba de medir fuerzas con sus tradicionales adversarios, y mucho menos si no se tenía cierta posibilidad de salir victoriosos de la contienda. Pero tampoco en ningún momento, por muy desfavorable que fuera la correlación de fuerzas, se trataba de someter la dirección de sus luchas a un actor externo, motivados por la necesidad de protección.

La necesidad de mantener el control sobre su organización y su agenda política ha estado presente en toda la historia del CRIC, recurriendo aún a la autodefensa armada, cuando esta se evidenció como necesaria para frenar los asesinatos de indígenas, pero también para impedir la cooptación o avasallamiento de su movimiento por parte de grupos armados. Este pragmatismo de estos pioneros de las luchas indígenas resultó siendo una estrategia eficaz para el crecimiento y consolidación del CRIC. Y esto importa señalarlo aquí, pues es difícil creer la afirmación de que en “su momento el movimiento indígena tomó parte de una ideología izquierdista como estrategia de protección”. Aquí el deseo del articulista coarta su memoria, distorsionando la experiencia del CRIC, pues es precisamente al revés. Para muestra un botón: cuando la dirigencia del movimiento campesino decide convertir a la ANUC en un partido político, el CRIC se separa de esta organización. De paso es oportuno anotar que esta decisión fue acertada, pues evitó que la organización indígena se disgregara, tal como sucedió con el movimiento campesino, debido a las pugnas internas de las diferentes tendencias políticas por el control del movimiento.

Al final, el artículo revela las deducciones sacadas por las autoridades tradicionales después de “un análisis autocrítico” de la situación: “…(Las autoridades indígenas) afirman que las inconformidades manifiestas, evidencian la falta de consolidación de la plataforma (…) del CRIC. La propuesta de autonomía (…) se ha estancado (…). El tema de tierras ha sido uno de los más críticos y donde históricamente desde las recuperaciones, ha habido malas actuaciones (…). Son esos elementos (…) los que generan grandes vacios y son aprovechados hábilmente por ideologías de derecha e izquierda. (…). No podemos pensar en autonomía con todas las herramientas prestadas para desarrollar nuestras propuestas, es ahí donde se nos cae la estructura, por eso es necesario revisar las fallas y lo que hemos dejado de hacer”.

Por lo regular los errores en política tienen costos: en el mejor de los casos conducen a divisiones, que el articulista califica de manera eufemística de “vacios” que “son aprovechados hábilmente por ideologías de derecha e izquierda”. En el peor de los casos estos errores acaban destruyendo a un movimiento social, que en términos del articulista significa que “se (…) cae la estructura”. Para el caso del CRIC esto sería funesto, pues esta organización ha logrado hasta ahora eludir muchas tentativas de división y cooptación, debido a la juiciosa manera de actuar de su dirección, para enfrentar los problemas, obrando con tino y serenidad, ante todo con celeridad, sin menospreciar y menos desconocer las divergencias. Un par de ejemplos pueden ilustrar esta estrategia trazada por los dirigentes:

En los comienzos del CRIC, por allá a mediados de los años 70 del siglo pasado, Cornelio Reyes, conservador laureanista y representante político de los terratenientes del Valle, adelanto en el Cauca una violenta ofensiva contra el CRIC, siendo ministro de gobierno del presidente Alfonso López Michelsen. Este personaje creó el CRAC (Consejo Regional Agrario del Cauca), en pleno auge de la recuperación de las tierras de los resguardos, para acabar con el CRIC y hacerse a la conducción de los cabildos indígenas. La promesa del gobierno al CRAC era la de entregarle tierras y recursos a granel, siempre y cuando se abandonara la “invasión” de tierras. La estrategia del CRIC consistió en arreciar la recuperación de tierras, a la par que movilizaba sus líderes para instruir a los cabildos sobre las formas de actuar en esa coyuntura, ilustrándolos sobre las intenciones del gobierno. Este intento del gobierno por reventar al CRIC fue vano y fracasó estruendosamente. Es aquí también alucinante la similitud del CRAC con la creación en marzo de 2009 de la OPIC (Organización de los Pueblos Indígenas del Cauca, que el articulista, que traicionado por la memoria renombra como “Organización Pluricultural de Pueblos Indígenas de Colombia”). La creación en Popayán de esta organización fue agenciada por el marrullero Fabio Valencia Cossio, ministro del interior del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Este engendro del gobierno, al igual que el del CRAC, se realizó para contener los avances del movimiento indígena, en este caso de sus marchas. No sorprendió a nadie el hecho de que tras su conformación, la OPIC hubiera declarado su apoyo a la Seguridad Democrática y alabara la Confianza Inversionista, proyectos bandera del presidente Uribe. Vale aquí la pena mencionar que los ataques de la derecha, por lo menos para el caso del CRIC, no han afectado mucho al movimiento, en algunos casos lo ha fortalecido, lo que no se puede afirmar para las contradicciones con la izquierda.

El otro ejemplo es el tratado que celebró el CRIC con la Federación de Ganaderos del Cauca (conocido como “Acuerdo FEDEGAN – CRIC”) en 1984, en momentos en que todavía el CRIC no había logrado sobreponerse de la cruzada violenta desencadenada contra las organizaciones sociales por Turbay Ayala con el Estatuto de Seguridad y arreciaban los ataques al CRIC desde varios flancos (gobierno, ejército, terratenientes, cañeros, iglesia, 6º frente de las FARC), que unidos a conflictos internos por tierras entre resguardos (Ambaló y Guambía) y enfrentamientos con pequeños y medianos campesinos en Siberia (Caldono), amenazaban con aniquilar al CRIC. Con sentido del humor, Trino Morales decía que el CRIC tenía la honrosa distinción de ser la única organización social en Colombia que se daba el lujo de echarse encima y a la vez, a todos sus enemigos. En el acuerdo FEDEGAN – CRIC los ganaderos se comprometían a concertar políticas con el gobierno para la entrega de tierras a los indígenas y el CRIC se comprometía a parar la recuperación de tierras. Este acuerdo, criticado por la izquierda de “claudicación de las luchas del CRIC”, le dio un respiro a esta organización, al lograr neutralizar la represión que agenciaban los terratenientes y que había costado valiosas vidas de dirigentes y comuneros indígenas. A la postre FEDEGAN no cumplió los acuerdos pactados y el CRIC, ya repuesto de los golpes, reinició la recuperación de tierras.

Pocos meses después, en febrero de 1985 se celebró en el resguardo de Vitoncó un encuentro de todos los cabildos indígenas del Cauca (para ese entonces 45) convocados por el CRIC. Allí estos resuelven unificar sus fuerzas para repeler todos los intentos de menoscabar su autonomía. En este encuentro hizo presencia pública el movimiento armado Manuel Quintín Lame, compuesto mayoritariamente por indígenas, el cual se comprometió a repeler cualquier ataque a los resguardos y a los cabildos, y a respetar la autoridad indígena en sus territorios. Con la Resolución de Vitoncó se disuadió a aquellos adversarios de los indígenas de continuar con sus acciones punitivas contra los líderes que estaban al frente de la recuperación de tierras.

Un ejemplo de cómo a partir de un enunciado básicamente correcto, se deduce un disparate nos lo ofrece el articulista al comienzo de su escrito:

“(El) asedio y presión permanentes, han llevado a que en algún momento de la historia del proceso, las organizaciones indígenas asuman posiciones políticas partidistas. Recordemos por ejemplo, que el resguardo de Tacueyó ha sido un resguardo de ideología política liberal, fruto del período de violencia del año 1948, (…). De igual manera, el cabildo indígena de Toribío tomó posición alrededor del movimiento político conservador, el cabildo de San Francisco alrededor de un movimiento comunista y de manera similar los demás cabildos”. Esta parte de la historia es cierta. De este enunciado se infiere, no obstante que: “Es evidente entonces, que en el afán de protección y subsistencia y en la búsqueda permanente de autonomía, las organizaciones indígenas han tomado decisiones que antes de fortalecer han debilitado y dividido al proceso”. Esta conclusión es insensata, pues no es para nada “evidente” que la afiliación a partidos se de en una “búsqueda permanente de autonomía” de las organizaciones. Estas afiliaciones eran producto de las imposiciones de alcaldes de los partidos tradicionales (incluido el comunista), de la iglesia, de gamonales y de los grupos guerrilleros. Allí donde el cura concentraba el poder como en algunos resguardos de Tierradentro, al cabildo indígena lo elegía el cura. Donde el alcalde era conservador, el cabildo era de esta afiliación, allí donde el partido comunista o el VI frente de las FARC tenía el control, el cabildo no era elegido precisamente por el cura, etc. Durante la ‘violencia’, algunos indígenas fueron arrastrados por estas pasiones partidistas azuzadas por el clero y los caciques políticos liberales y conservadores, llegando a extremos como lo sucedido en Tierradentro, donde varios cabildos conservadores de la parte baja mataron a todos los miembros del cabildo del resguardo de San José (parte alta) porque eran liberales. De allí que las luchas del CRIC tuvieran también como finalidad arrebatarle a estas fuerzas el control de los cabildos y “acabar con estas sinvergu¨enzuras”, al decir del viejo Palechor.

Pero más allá de recuperar los cabildos, la dirección del CRIC buscaba también blindarse de los intentos de las imperecederas vanguardias que asaltan a las organizaciones sociales de base para imponerles la “línea correcta”, atornilladas en la idea de que sin su orientación ideológica el movimiento social está irremediablemente condenado al fracaso. Este proceder de las vanguardias es siempre el mismo, es inmutable. Así actúan siempre, independientemente de si existen o no contradicciones internas en las organizaciones que les faciliten sus propósitos. En consecuencia resulta familiar el siguiente aparte del escrito: “A finales del 2009 en la vereda La Playa, Tacueyó, se conformó la Asociación para el Desarrollo Económico Indígena ASDECOIN, la cual hace parte del Movimiento Político Social de Integración Étnica y Cultural MOSUEC, organización sin ánimo de lucro con sede en Buenaventura. Plantean como objetivo principal cambiar el sistema político en Colombia con el ejercicio de la democracia directa, ganando un espacio político desde las bases”. El objetivo entonces no es avanzar en la conquista de derechos de las comunidades, sino “cambiar el sistema político en Colombia”, una expresión más rebuscada y literaria para lo que comúnmente se ha llamado la ‘toma del poder’. Para ello deben ganarse “un espacio político desde las bases”, lo que en el mismo sentido de la anterior locución, significa ‘cooptar las organizaciones sociales de base’. Si así son las cosas, no resulta raro que los movimientos sociales de los pueblos indígenas y negros no les convengan. Aún más, son obstáculos para la implementación de su proyecto de toma del poder. En consecuencia estas vanguardias no alientan el desarrollo de los movimientos sociales, sino que le roban el aliento, al convertirlas en meras ‘correas de transmisión de su ideología’. La “integración étnica y cultural”, que debería ser un principio (revolucionario por demás) de la lucha de los pueblos étnicos territoriales, pierde su real contenido, al ser degradado a simple artificio del proyecto político de la vanguardia. Naturalmente que esto riñe con lo expresado por el movimiento indígena caucano, de que el poder no se toma, sino que se construye en la lucha cotidiana. Y es en estas luchas cotidianas por sus derechos, que los indígenas, los campesinos y los negros comienzan a encontrarse, a reconocerse y a establecer alianzas. Y aunque son conscientes de sus diferencias (históricas, culturales), es también en estas luchas que se percatan que son iguales en su condición de explotados y semejantes en el oprobio de una clase dominante y egoísta que los excluye. Es así también que comienzan a concebir cambios en el sistema. Y más que cambios a pensar en la construcción de una nueva institucionalidad que los incluya a todos en lo político, en lo económico y en lo cultural. Un poder así construido es más sólido y más auténtico.

Hay un párrafo que informa sobre dos hechos acaecidos en el contexto de la división, que sin más datos deja el interrogante de si están o no relacionados entre sí o, lo más preocupante, si tienen que ver con las divergencias internas: “Integrantes de asociaciones como la Avelino Ul también hacen parte de ASDECOIN. Cabe mencionar también que el vicepresidente de la junta directiva de ASDECOIN, fue asesinado en diciembre de 2009. En las pasadas contiendas políticas esta organización promovió el apoyo a Piedad Córdoba por ser crítica de las políticas del gobierno”.

Podríamos señalar más incoherencias y otros desaciertos menores del artículo. Los mencionados bastan para reconocer una presunción que es constante a lo largo del escrito, esto es, que las autoridades tradicionales se han revelado impotentes y sin capacidad para contener los efectos del inconformismo y evitar la creación de nuevas organizaciones. Se insinúa también (sin proporcionar ninguna pista y dejando flotar en el escenario un ambiente de suspenso) que hay “nuevos liderazgos” que han entrado también en escena para rectificar el rumbo. Y estos parecieran ser los mensajes que quiere transmitir el articulista.

No obstante, así como Don Quijote, en el último momento de su vida recobra la cordura, nuestro articulista en el último párrafo recobra la lucidez y expresa que “desde la dirigencia tradicional y los nuevos liderazgos se propone una revisión crítica y cambios que permitan fortalecer y redireccionar los principios organizativos iniciales, que se adapten a las realidades actuales y permita dar respuesta a las exigencias e inquietudes de la comunidad bajo una verdadera construcción colectiva”. Y acto seguido pone en boca de un comunero un párrafo que es el que más me agrada y con el cual me quedo, pues recupera la perspectiva comprometida y abandona la perspectiva descuidada de los párrafos anteriores:

“Es básicamente, un cambio de actitud, hacer las cosas bien, recuperar la ética, fortalecer los principios, gobernar con transparencia, recuperar la humildad, la capacidad de diálogo y escucha, pero no debemos olvidar que solos no podemos, debemos tener la capacidad de establecer un relacionamiento intercultural desde todos los espacios, que nos permita fortalecernos de manera conjunta”. www.ecoportal.net

(EcoPortal, 05/07/2010)


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