Nadie puede evitar que un terremoto ocurra, pero sí podemos actuar para reducir la vulnerabilidad de quienes los padecen. En Haití ha sucedido un año después que los huracanes causaran medio millar de víctimas y casi un millón de damnificados. En 2004, la tormenta Jeanne dejó allí 20 veces más víctimas que en los países vecinos.
Si los cataclismos de este tipo afectan más a la población con menos recursos, imaginemos la situación del 72% de la población que vive en Haití con menos de dos dólares diarios. La desgracia se abate sobre un país de frágiles y corruptas estructuras en el que han reinado la violencia y la inestabilidad política a lo largo de sus 206 años de historia.
Ha sido una forma demasiado cruel de devolver a Haití a la actualidad y de recordar que si antes quedaba mucho trabajo por hacer, ahora la tarea es inmensa. Pero tenemos que aprovechar estos momentos para preguntarnos por las causas de sus constantes crisis políticas y sociales que los han sumido en la más desoladora pobreza y desesperanza.
Pues no sólo la madre tierra se sacude de vez en cuando para machacar a los más parias entre sus ocupantes, escribe Maruja Torres. El primer mundo también ayuda, con sus invasiones, sus expolios, su echar una mano a los gobiernos corruptos y su necio y nulo entendimiento de las realidades locales.
Fueron los primeros americanos en independizarse, al sur de Estados Unidos, los primeros en abolir la esclavitud. Habían sido víctimas del colonialismo atroz de los franceses y, durante gran parte de su historia, lo fueron de los delirios de grandeza y de la crueldad de sus propios caudillos. De cuando en cuando, Estados Unidos mandaba a sus tropas a defender la democracia y afianzar a algún cacique. La devastación de Haití no viene sólo del terremoto sino de otras causas sociales, políticas y económicas que han contribuido a la ruina y desesperación de sus habitantes. Las sucesivas crisis gubernamentales se arbitraron a machetazos, la pobreza, con hambre y migraciones masivas, y los desastres naturales no la borraron del mapa porque lo impidió la ayuda internacional.
Una nación de diez millones de habitantes descalabrada por los déspotas, la corrupción, los fracasos, la deforestación, el analfabetismo y enfermedades casi bíblicas, mientras que en Montreal ejercen más cirujanos haitianos que en Puerto Príncipe.
Los 250.000 niños entregados por familias míseras a hogares menos míseros, en régimen de semiesclavitud y desamparo, son una de las numerosas lacras padecidas por este país.
Sus gobernantes no supieron o quisieron erradicar las causas de su postración. El ingreso promedio apenas alcanza los 600 dólares anuales y más de la mitad sobrevive con menos de un dólar diario.
Hasta la invasión norteamericana de 1915, se sucedieron 23 tiranos, todos ineptos. La sanguinaria saga de F. Duvalier, Papa Doc, y sus criminales Tonton Macoutes duró de 1957 a 1986.
La primera ministra hasta octubre del pasado año, Michèle Pierre-Louis, atribuyó a la abyección de las elites haitianas, integradas por mulatos, hombres de negocios, sindicalistas o agricultores, buena parte de los males: "Son como un enorme elefante sentado sobre este país, al que no dejan moverse. Y no se puede mover porque no hay una clase política, no hay partidos políticos. Todos se corrompen y pervierten".
Washington practica una especie de protectorado sobre Haití desde que el presidente Woodrow Wilson ordenase su invasión para pacificarlos, cobrar las deudas del Citibank y enmendar el artículo constitucional que prohibía la venta de plantaciones a los extranjeros.
Ni los franceses, ni los Gobiernos de la independencia, ni tampoco el actual presidente René Preval lograron revertir la cadena de desastres promovida por la coalición de hombres y naturaleza: Haití ocupa el puesto 150 de los 177 países del Índice de Desarrollo Humano, la esperanza de vida de sus habitantes apenas alcanza los 52 años, sólo uno de cada 50 recibe un salario, la deforestación arrasó el 98% de los bosques, y los ingresos por sus exportaciones de manufacturas, café, aceites y mango son casi una propina, pues la deuda externa supera los mil millones.
El interés de los medios durará hasta que surja otra noticia relevante. Es ahora el momento de preguntar al FMI, al BM, a la ONU y a los países miembros de la comunidad americana, desde Alaska a Patagonia, cómo remediar tanta abyección y tanta pobreza. Mañana siempre será tarde.
(Por José Carlos García Fajardo*, Centro de Colaboraciones Solidarias, Alainet, 15/01/2010)
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS