Dos semanas de negociaciones parecen concluir sin un acuerdo cierto, confiable, obligatorio para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mantenerlas no más allá de los 2 grados requeridos para evitar una anunciada y milenarista catástrofe planetaria. Copenhague ha sido sobre todo escenario de vanidades, un lugar de catarsis, de encuentros y desencuentros y farándula.
Nadie dijo nada nuevo, nadie fue lo suficientemente genial para desbordar el imaginario y proponer al menos una frase provocadora, un nuevo enfoque, una nueva estrategia, una nueva fraseología, un entusiasmo nuevo. Los grandes oradores eran previsibles en todo, hasta en sus posiciones melodramáticas, que pudieron producir algún estupor hace 20 años pero que hoy suenan a frases vacías y desgastadas.
Desde el Príncipe de Gales con sus palabras acartonadas, tratando de llegar al corazón de los participantes, cuando en estas negociaciones lo que cuenta son el dinero y los negocios. ¿A quién se dirigía cuando decía con su frialdad principesca: "los ojos del mundo están sobre ustedes, y no es poca cosa decir que con sus firmas ustedes pueden escribir nuestro futuro" (The Guardian, 15/XII/09).
Pocos de los allí presentes podrían cambiar el rumbo de la historia y los que sí pueden, no parecen querer: Estados Unidos (20 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero), China (21 por ciento), la Unión Europea (15 por ciento), Rusia (9 por ciento), Japón (4.6 por ciento), India (5.3 por ciento), Brasil (6 por ciento). La mayor parte de las naciones restantes serán parte del consenso necesario para acordar lo que hoy ya se nombra como el Acuerdo de Copenhague. La cumbre admitió de todo.
Allí estuvo el arzobispo de Canterbury, quien en un tono del "fin del mundo" ofreció un servicio religioso en apoyo a la causa ambiental, lo mismo que el ahora ignorado y el verde más publicitado del statu quo americano, Al Gore, o el gobernador de California.
Hugo Chávez, quien es personaje de los medios más por su humor involuntario que por algún despliegue de ideas sensatas, quiso, a su manera, parecer irónico al mandar saludos a don Juan Carlos de Borbón a través del presidente Rodríguez Zapatero, después de que éste pronunció un irrelevante discurso ambientalista. Anécdotas sobran para describir esta cumbre en donde no faltó desorden, represión y gestos heroicos. El presidente Obama, por ejemplo, inspirado en un ex presidente mexicano confundió el nombre del presidente de Brasil y en lugar de Lula se refirió a él como Lulu.
La policía danesa tuvo oportunidad de exhibirse ante el mundo, igual de brutal que cualquiera del mundo, al reprimir con excesos a los manifestantes que expresaban sus desacuerdos con los no acuerdos y con la posibilidad de que Copenhague, más que revivir el espíritu del Protocolo de Kyoto, se convirtiera en su tumba.
El jueves 17 el Bella Center se hacía más reducido para recibir a los líderes mundiales que llegaban en mayor número, obligando a los organizadores a pedirle a algunas delegaciones que redujeran su número dentro del centro de congresos. Los grupos allí representados se sintieron ultrajados, sobre todos los de pedigree, como Oxfam, WWF, Friends of the Earth, etcétera, al punto de poner pintas en las paredes que decían con un tono no falto de presunción: "La sociedad civil ha sido sacada de las negociaciones: cómo pueden decidir por nosotros, sin nosotros", asumiendo, desde luego, que ellos son la sociedad civil.
En la cena de gala ofrecida por la reina de Dinamarca nadie sabía qué hacer con un invitado incómodo: Robert Mugabe, dónde sentarlo, dado que por ser el jefe de Estado más antiguo le tocaba sentarse junto a la reina.
Todo esto ocurría mientras nada ocurría, mientras las negociaciones se atoraban y los africanos y muchos de los países pobres escenificaban a principios de semana una protesta contra lo obvio: que los negociadores daneses y de la ONU sólo consultaban a un grupo selecto de países claves.
Lo cierto es que todos actuaban sobre valores entendidos, sobre la base de una intuición muy clara y para nadie oculta, que las cosas se decidirían en las pláticas que se iniciaron el viernes 18 por la mañana, después del desesperanzador discurso del presidente Obama, entre China y Estados Unidos. Una foto divulgada por AFP, poco antes de las dos de la tarde del viernes 18, muestra a un Wen Jiabao, primer ministro chino, con una cabeza altiva y distante y a un presidente Obama tratando de convencerlo de algo aparentemente inaceptable.
Cerca de las 10 de la noche de Copenhague, la Casa Blanca anunció la existencia de un Acuerdo Climático, el cual es considerado por debajo de las modestas expectativas planteadas a principios de la cumbre y aunque no lo consideran suficiente, a los negociadores americanos les parece un buen paso. Muchas cosas quedarán para ser afinadas y negociadas en el 2010, posiblemente en México.
(Reforma / Planeta Azul, 21/12/2009)