La cocina es el lugar de la casa donde generamos casi todos los residuos y donde consumimos la mayor parte de la energía, además de gastar una cuarta parte del agua doméstica. Es por tanto donde más cosas podemos hacer para reducir el impacto ecológico de los hogares, un sector que consume hoy una cuarta parte de la energía y de las materias primas del planeta y representa un 40% de la generación total de residuos. Racionalizar nuestro consumo en la cocina puede resultar tan saludable para el planeta como para nuestro bolsillo. Compra de alimentos saludables para todos, aparatos superahorradores de energía o consejores prácticos para generar menos basuras o aparatos que ahorran agua sin perder nada son algunas de las muchas cosas que podemos hacer desde casa por el bien del planeta pero también de nuestra salud y nuestro bolsillo.
Las elecciones que hagamos en la compra de alimentos son una de las palancas más poderosas con que contamos (sobre todo si esas elecciones suponen además una buena compra) para avanzar en la dirección de un planeta sostenible. Cada día entran en nuestro hogar entre uno y dos kilogramos de comidas y bebidas por persona. Antes de llegar a nuestras casas, los alimentos pasan por múltiples redes de transformación y transporte, algunas de ellas de muchos miles de kilómetros, por lo que los productos de zonas próximas que exigen un reducido transporte suponen ya de por sí un importante ahorro energético. Si son productos frescos y de temporada, el balance energético es aún mejor ya que se ahorran las enormes cantidades de electricidad que exigen los congeladores industriales funcionando durante meses.
Los productos vegetales son la base de una dieta sana, pero, ecológicamente, no son tan benignos como podría pensarse. Cereales, frutas, verduras y todos sus derivados tienen un coste ecológico en forma de uso del agua (entre el 70 y el 80% de toda la que se gasta en España), contaminantes agrícolas que quedan en el suelo y las aguas, consumo de carburantes y agotamiento de la tierra que aumenta su desertización. Mención aparte merecen las legumbres (proteínas baratas que apenas necesitan los nutrientes de la tierra) y, sobre todo, los “vegetales ecológicos” identificados mediante una etiqueta -diferente en cada comunidad autónoma- del Consejo Regulador de la Agricultura Ecológica de la región correspondiente.
El consumo medio de carne está en unos 80 kilos por persona y año en España, más del doble de lo que exige una dieta equilibrada de tipo mediterráneo, por ejemplo. Si su salud le pide menos carne y más vegetales, aproveche para comprar carne de la máxima calidad que, aunque algo más cara, es la más apetitosa y la menos impactante para la naturaleza ya que los animales son criados de modo natural y tradicional.
En cuanto al pescado, su consumo es óptimo en nuestro país, pero, para su sostenibilidad, conviene que sea de piscifactoría para especies sobreexplotadas -como la merluza o el rodaballo-, capturado por flotas -como la española- que respetan las vedas y otros “límites del mar”, siempre con una buena talla (el consumo de “pezqueñines” elimina poblaciones enteras de peces) y, en algunos casos, con “ecoetiquetas” como la de “pescado capturado sin volantas” (las redes más destructivas que existen) o atún “seguro para los delfines”. “Cada vez es más importante -aconseja Angeles Sastre, consultora medioambiental de la empresa Magnum Tech- fijarnos en las etiquetas, tablillas y demás informaciones que se nos ofrecen sobre el producto que compramos porque, para el medio ambiente, para nuestra salud y para nuestro bolsillo, no es lo mismo una ternera gallega que una carne de explotación vacuna intensiva”.
Los hogares representan un 25% aproximadamente de toda la energía que se consume en la UE, y más de la mitad de ese consumo tiene lugar en la cocina, especialmente, por el funcionamiento ininterrumpido del frigorífico. Consumir menos energía en la cocina es una gran noticia para el planeta, pero, también para nuestra economía ya que el margen de ahorro es hoy superior al 40% de media, según cifras de la Agencia Europea del Medio Ambiente.
Para empezar, la compra de electrodomésticos eficientes que consumen hasta un 80% menos electricidad (un frigorífico “greenfreeze” o un lavavajillas con toma de agua caliente consiguen tales reducciones) es una opción inteligente ya que, aunque cuesten algo más caros, el ahorro energético a lo largo de la vida del aparato multiplica al menos por 10 el sobrecoste inicial.
Si piensa renovar su frigorífico o lavavajillas, solicite información sobre el consumo energético de los diferentes modelos y verá que los de tipo A (los más eficientes) no son siempre más caros y, si lo son, el sobreprecio merece la pena teniendo en cuenta un ahorro de 5 ó 10 euros mensuales en la factura eléctrica. Si puede elegir, piense que una cocina o un calentador a gas consumen la cuarta parte de energía que sus competidores eléctricos para obtener el mismo servicio y con un combustible mucho menos contaminante para el planeta que el carbón o el uranio de la central productora de electricidad.
Sean ecológicos o no sus electrodomésticos de cocina, conviene seguir unas normas de eficiencia que las propias compañías eléctricas recomiendan mediante un folleto que están enviando a sus clientes: sitúe el frigorífico alejado de fuentes de calor y con suficiente ventilación para la rejilla del condensador; cuando cocine, cierre siempre las cacerolas con tapas de material aislante para no desperdiciar calor ni sabor; las ollas, que sean de un diámetro uno o dos centímetros mayor que el fogón, así economizará hasta un 20% de energía; son preferibles las ollas de hierro o acero inoxidable sobre las de aluminio o las de barro, mucho más aislantes, y, si es con fondo termodifusor, mejor; la olla exprés ahorra tiempo, energía y dinero; si cocina en el horno, no abra la puerta hasta que termine la cocción ya que, cada vez que se abre, la temperatura baja entre 25 y 50 grados centígrados; no meta alimentos calientes en el refrigerador, espere a que éstos se enfríen por si mismos; no abra muy a menudo la puerta del refrigerador; desenchufe el descongelador si la escarcha tiene más de 5 milímetros de espesor ya que aumenta el consumo eléctrico hasta en un 30%; si tiene placa vitrocerámica, apague el fuego 5 ó 10 minutos antes de que acabe la cocción.
Según una guía del IDAE sobre el ahorro energético en la cocina (de donde proceden la mayor parte de estas recomendaciones) todas estas medidas pueden ahorrar hasta un 25% de la energía consumida en la “sala de máquinas” del hogar, y ese ahorro puede superar el 50% con el uso de electrodomésticos eficientes habituales hoy en el mercado.
Agua y residuos
El consumo de agua potable en la cocina se estima en un 20% de todo el que gasta el hogar, la mayor parte, para lavar alimentos y utensilios, bien en la pila, bien en lavavajillas eléctricos. El consumo de agua para cocinar y beber apenas representa una décima parte del consumo hidrológico en la cocina, por lo que el ahorro de agua (un recurso irregular y en ocasiones escaso en España) pasa por un uso eficiente en el lavado. Los economizadores de agua -como los aireadores o atomizadores- que se venden en cualquier ferretería, nos permiten ahorrar hasta un 30% del tránsito líquido de un grifo a unos precios tan asequibles que la “inversión” se amortiza en menos de un año.
Los lavavajillas con sensor de agua ahorran hasta un 25% del líquido sobre un aparato medio, y los calentadores a gas o solares con apoyo eléctrico, hasta un 30% sobre los calentadores normales a gas. Con los bajos precios actuales del agua (un euro por cada metro cúbico, como media), estas y otras medidas pueden suponer un ahorro económico de apenas 15 euros por año para una familia de tres persones (de 10.000 a 15.000 litros), pero el ahorro en costes energéticos que supone calentar menos agua multiplicaría por 10 esa cantidad. Ahorrar agua también es interesante para el planeta y para nuestra economía.
Tal vez el principal impacto ambiental de los hogares se encuentra en la generación de residuos, aproximadamente, un kilo por persona y día. La mitad de ellos son materia orgánica que, donde hay recogida selectiva, se convierte en compost o abono de calidad siempre que no lo mezclemos con pinturas, aceites usados o pilas que contaminarán todo el proceso de compostaje. Si existe un punto limpio en su barrio, ese es el mejor destino para los “tóxicos del hogar”; si no, deposítelos en el contenedor de basura principal pero en una bolsa aparte, para que no se mezcle con la materia orgánica.
De la otra mitad, el 80% son envases y su constante aumento trae de cabeza a los gestores de los cada vez más atestados vertederos de nuestro país. Cuando hacemos la compra, lo más ecológico es adquirir alimentos a granel, como frutas o pescados al peso, ya que requieren muy poco envasado a lo largo de la cadena productiva. El resto de productos, cuyo embalado es parte fundamental del proceso de producción y venta, generan aproximadamente 400 gramos de envases desechables que hay que reciclar.
Un punto clave aquí es el depósito por separado de los diferentes tipos de desechos, algo que facilita enormemente una cocina amplia y con espacio para varios cubos; pero si escasea el espacio, existe en el mercado una gran variedad de cubos con varios compartimentos que caben casi en cualquier sitio. Tenga en cuenta que se necesita poca energía y casi ninguna materia prima para fabricar productos a partir de materiales de reciclaje.
Sin embargo, no todos los envases han de ir a la basura: los vidrios son excelentes recipientes de conservación; las bolsas del hipermercado sirven perfectamente para contener la propia basura; y, como repiten insistentemente Greenpeace y otras organizaciones ecologistas, en el caso de que compre latas en paquetes de seis, rompa con las tijeras los aros de plástico que las unen ya que suponen una trampa mortal para innumerables pájaros y peces que meten la cabeza por los agujeros.
(Por Rafael Carrasco, Ecoticias.com, 02/10/2009)