España, Grecia y otros lugares del planeta sufren graves incendios forestales. Su impacto ecológico es muy superior al de las imágenes de árboles chamuscados que ofrecen los medios de comunicación y sobrepasa, incluso, las áreas afectadas. La destrucción de biodiversidad, el aumento de la desertificación o la disminución de la calidad de las aguas y la atmósfera son algunas de las consecuencias negativas posteriores a un incendio. La recuperación de los bosques afectados, si se consigue, puede llevar décadas.
Los incendios forestales naturales han ocurrido desde siempre como un elemento normal en el funcionamiento de los ecosistemas. El fuego ha permitido una serie de hábitats en los que distintos organismos pueden prosperar.
El problema ha surgido con el aumento de la cantidad de incendios. Este incremento sobrepasa la capacidad de recuperación natural de las especies adaptadas y les provoca graves problemas de supervivencia. Otras muchas especies que carecen de estos mecanismos de adaptación pueden llegar a desaparecer de forma definitiva.
La fauna del lugar con menor movilidad es la que padece el mayor impacto en un primer momento. El resto de especies que ha sobrevivido refugiada en la zona o que ha conseguido huir y regresa, se enfrenta a un proceso de regeneración muy difícil: las condiciones extremas posteriores provocan graves daños en el ecosistema y las especies que escapan y se asientan en otras zonas alteran el equilibrio de su nuevo hogar.
El impacto medioambiental de los incendios forestales no se limita a la biodiversidad. El suelo y el agua son dos caras de la misma moneda, por lo que un incendio afecta a ambos de forma relacionada.
Las zonas mediterráneas destruidas por el fuego son víctimas de un fenómeno conocido como "sabanización". La tierra queda casi estéril y limita la recolonización de las plantas autóctonas. El suelo se vuelve más impermeable e impide la penetración del agua en su interior.
La actividad bacteriana y de los hongos, trascendentales en los procesos biológicos del suelo, se ve también muy afectada. La sucesión de nuevos fuegos y lluvias torrenciales incrementa la erosión y la pérdida del suelo fértil. El manto vegetal desaparece, y con él, la barrera natural que retiene el agua y frena las inundaciones. Es lo que se denomina desertificación del paisaje.
Los incendios forestales generan contaminación de diversas formas. Durante los primeros momentos después del fuego, la mineralización de la materia orgánica vegetal provoca una efímera fertilidad del suelo. Pero la gran mayoría de estos nutrientes son muy volátiles y pasan a la atmósfera o quedan disueltos en corrientes de agua. Como efecto derivado de la combustión de las masas forestales, diversas partículas y gases, incluidos los de tipo invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), acaban también en la atmósfera.
(EcoPortal, 09/09/2009)