Turquía tiene planeado construir 22 presas y 19 centrales hidroeléctricas. Esta sería la causa del menguado estado que presentan el Tigris y el Éufrates
De vacaciones en la playa, leo en la prensa internacional que el Éufrates, el mítico río que irrigó la cuna de la civilización (o una de sus cunas, por lo menos) se ha vuelto el objeto de una enconada disputa que amenaza con envenenar las relaciones entre Turquía e Irak. Una nueva demostración —si acaso hiciera falta alguna más— de cómo la gestión de aguas comunes se va tornando un problema geopolítico apremiante.
De regreso en Madrid, reúno los datos básicos: el Éufrates nace en la meseta de Anatolia, pasa por Siria y desemboca en el Golfo Pérsico. El Tigris, el otro gran río que ciñe la Mesopotamia, nace en Turquía también y entra directamente en Irak. Para un país desértico como éste, en donde apenas llueve, las dos vías fluviales resultan vitales. Pero sucede que Turquía, en el marco de su gran Proyecto de Anatolia Sudeste, tiene planeado construir en el curso superior de ambos ríos 22 presas y 19 centrales hidroeléctricas, con el propósito de irrigar los campos de la sedienta Anatolia. Tal sería la causa, según los irakíes, del menguado estado que presentan el Tigris y el Éufrates.
En ese contexto se produce la noticia aludida: la acusación lanzada contra los turcos por el ministro irakí de Irrigación, Latif Rashid, de no enviar el agua prometida. En lugar de los 500 m3 por segundo acordados, apenas han añadido al Éufrates 250, una cifra muy inferior a las necesidades de los agricultores y de la población, y muy por debajo de los 950 m3 por segundo del año 2000. El recorte del suministro no se justifica, denuncia el ministro, ya que "en la cuenca turca del Éufrates este año fue mejor que el anterior en materia de lluvia y nieve, y de que sus reservorios están llenos".
Irak, ya bastante castigado por la guerra (en particular, con el bombardeo de sus plantas de tratamiento de aguas y sistemas de irrigación) padece ahora su cuarto año de sequía. Las perspectivas de la próxima cosecha (especialmente la de arroz) no pueden pintar más negras. Además, por efecto de la bajante el agua llega tan cargada de barro, que no hay manera de bombearla a las plantas potabilizadoras de Basora, agregó Rashid.
Algunos analistas internacionales relacionan esta dependencia hídrica de Irak con los propósitos turcos de adquirir mayor influencia en la región. La 'diplomacia del agua' resultaría funcional a ese objetivo. Según insinúa el Christian Science Monitor, Turquía intenta aprovechar la apurada situación de Irak para negociar un trueque entre bambalinas: agua a cambio de una mayor represión a los independentistas kurdos. Del lado turco rechazan las acusaciones, tachándolas de propaganda de quienes se oponen al protagonismo de Ankara en la región, en alza desde que su parlamento rechazó la invasión de Irak, ganándose el respeto de los pueblos árabes.
El malestar creado por el rifirrafe hídrico ha trascendido las fronteras de las naciones en conflicto. Ya ha habido repercusiones: la retirada de las compañías europeas de ingeniería interesadas en construir la macropresa de Ilisu, por su impacto ambiental. El gobierno alemán, en particular, le ha dicho a su homólogo turco que no aprobará ningún crédito si no garantiza las necesidades mínimas de agua de los irakíes.
Turquía también tiene sed, se justifican los turcos. De acuerdo, pero ese hecho no hace más legítimo un plan de desarrollo nacional que suponga el empobrecimiento de los países vecinos. Y en una época de recursos naturales cada vez más escasos, tampoco resulta aceptable la 'diplomacia del agua', por mucha lógica política que tenga.
(Por Pablo Francescutti, Soitu.es, 26/08/2009)