Este fin de semana parte desde San Francisco, Estados Unidos, un equipo de científicos, ambientalistas e innovadores en busca de una de las islas más siniestras que existen en el planeta
Bautizada por algunos como "la isla de la basura" o el "parche de basura del Pacífico Norte", se trata en realidad de un remolino de desechos formado por más de seis millones de toneladas de plástico, que flota a la deriva entre California y Japón. Fue descubierto en 1997 por el oceanógrafo Charles Moore, quien haciendo caso omiso a las recomendaciones de evitar esta zona poco propicia para los marineros por la falta de vientos y corrientes, decidió tomar esta inusual ruta.
A lo largo de su viaje Moore se topó con trozos de botellas, bolsas plásticas, jeringas y una multitud de otros objetos plásticos reconocibles y no tantos, ya que por la acción del sol y los vientos, este material se desintegra en fragmentos diminutos que permanecen durante años flotando a merced de las corrientes marinas. La desintegración del plástico en partículas microscópicas -algunas son infinitamente más pequeñas que un grano de arena- hacen que este parche, cuyo tamaño supera en dos veces la superficie del estado de Texas, sea casi imposible de localizar mediante radares o tecnología satelital.
A cazar basura
Desafiando su ubicación imprecisa y la dificultad que plantea qué hacer una vez frente a frente con esta gigantesca colección de basura, el equipo del Proyecto Kaisei se lanza a las aguas los primeros días de agosto con el fin de estudiar en profundidad la composición de esta "sopa" plástica (otro de los apodos que ha recibido), la toxicidad de sus componentes, su efecto sobre la vida marina y su rol en la cadena alimentaria. Según le explicó a BBC Mundo Doug Woodring, líder del Proyecto Kaisei, lo más difícil es atraparla sin capturar a su vez criaturas marinas. "Tendremos que utilizar distintas tecnologías dependiendo del volumen de los residuos por kilómetro cuadrado. También contamos con diferentes tamaños de redes".
A esto se añade la dificultad de traerla de regreso. "En esta expedición no lo estamos intentando, no salimos con suficientes botes. La idea es primero analizar de qué se trata y luego entonces podremos discutir la mejor manera de lidiar con ella", dice Woodring, quien vislumbra como una alternativa posible "transformar la basura en combustible diesel". Resulta curioso que aunque ya ha pasado más de una década desde su descubrimiento, nadie ha tomado -hasta el momento- cartas en el asunto para resolver el problema.
A Woodring no le sorprende: "el problema principal es que está en aguas internacionales. Nadie pasa por allí, no es parte de las principales rutas comerciales, no está bajo ninguna jurisdicción y el público no sabe de su existencia", le dijo a BBC Mundo. "Ojos que no ven, corazón que no siente". "Por ello", agrega, "no hay presión sobre ningún gobierno o institución para que trate de solucionarlo. Es un poco similar a lo que ocurre con la basura espacial".
Pariente no tan lejano
Si bien este gigantesco vertedero de basura pareciera estar a una distancia relativamente "cómoda", una suerte de pariente molesto pero muy lejano, las consecuencias que se derivan de su existencia nos afectan a todos. Los peces pequeños confunden las partículas plásticas con alimentos. Muchos mueren tras ingerir estos fragmentos, que además actúan a modo de esponja para las sustancias tóxicas y metales pesados. Pero otros sobreviven y cuando son ingeridos por animales más grandes, entran a formar parte de la cadena alimentaria. La expedición -a cargo de dos naves, "Kaisei" y "New Horizon"- regresará a la costa después de un mes, pero quienes quieran acompañarlos en sus descubrimientos pueden seguir la travesía a través de su página de internet.
(Planeta Azul, 01/08/2009)