Los científicos analizaron 89 acciones en ecosistemas terrestres y acuáticos. La restauración ecológica ha aumentado la biodiversidad en un 44%
Vemos carteles por doquier anunciando la restauración de una cantera, la limpieza de suelos envenenados por plomo, el apuntalamiento de unas dunas semidesmoronadas… pero ¿realmente sirven estas acciones? Un equipo científico anglohispano se hizo esta pregunta, y tras examinar 89 iniciativas centradas en ecosistemas muy diversos, ha concluido que sí resultan eficaces: su impacto positivo se ha traducido en un aumento de la biodiversidad de un 44%, y en un incremento del 25% de los "servicios" que dichos entornos prestan a los seres humanos.
Los territorios objeto de esas acciones habían sido degradados por la tala de árboles, el pastoreo excesivo, la invasión de especies no autóctonas, la contaminación del suelo, la eliminación de herbívoros o carnívoros, o la eutrofización de las aguas. Consecuentemente, las medidas restauradoras han consistido en la reintroducción de herbívoros o carnívoros, la supresión de las especies invasoras, la plantación de árboles y arbustos, la instalación de arrecifes artificiales, el abandono de cultivos, la creación de diques reguladores del ciclo hídrico y la depuración de cursos de aguas.
Con ellas se aspira a restablecer las condiciones de un ecosistema anteriores a su degradación. "Es la meta ideal", matiza José M. Benayas, catedrático del Departamento de Ecología de la Universidad de Alcalá de Henares y uno de los autores del estudio publicado en Science. "Pero en la vida real eso resulta virtualmente imposible, por lo que a menudo se busca recuperar una parte del ecosistema originario, o una cualidad valiosa; por ejemplo, la belleza paisajística de un río que atraviesa una ciudad", explica.
Pues bien, ¿en qué medida dichos proyectos pueden revertir el deterioro ambiental? Responder a esa cuestión ha sido el objetivo de "esta primera evaluación global, sistemática y cuantitativa del éxito de la restauración ecológica", dice Benayas. Su equipo analizó los resultados de 89 acciones emprendidas en una gama representativa de ecosistemas terrestres y acuáticos, que abarca desde los pinares del sureste español hasta los manglares del Golfo de Guinea (África). En cada evaluación los expertos compararon tres escenarios: el ecosistema degradado, el mismo después su restauración y un entorno natural que sirviese de referencia (en otras palabras: compararon un manglar deteriorado, ese manglar restaurado y un manglar virgen).
Los resultados fueron cotejados en función de 526 parámetros indicadores de biodiversidad (cantidades de abejas, abejones, lombrices, corales y fitoplancton, hojas en descomposición, microbios del suelo; riqueza piscícola, cubierta de pastos, etcétera) como de los "servicios" que los ecosistemas rinden al ser humano (CO2 capturado, flujos de agua potable, madera explotable, fertilidad de los suelos….). Por ese procedimiento pudieron identificar y cuantificar los beneficios apuntados más arriba.
El mensaje principal es que "los ecosistemas restaurados han logrado recuperar una buena parte de la biodiversidad perdida", explica el catedrático alcalaíno, especialmente en los entornos tropicales terrestres. Pero atención: la comparación con los escenarios de referencia ha puesto igualmente de manifiesto que la biodiversidad recobrada supone el 86% de la original, y los servicios, un 80%. Unas cifras suficientemente ilustrativas de que "los humanos no debemos considerar a la restauración la panacea", remarca Benayas. "No podemos dejar que un entorno se degrade pensando que siempre nos quedará la posibilidad de restaurarlo. Seguimos necesitando ecosistemas prístinos, porque son los reservorios de la biodiversidad".
(Por Pablo Francescutti, Soitu.es, 31/07/2009)