La Academia Americana de Medicina Ambiental (AAEM, por sus siglas en inglés), hizo pública en mayo 2009 su posición sobre los alimentos transgénicos. "Por la salud y la seguridad de los consumidores" llaman a establecer urgentemente una "moratoria a los alimentos genéticamente modificados y la implementación inmediata de pruebas independientes y de largo plazo sobre su seguridad".
Llaman a los médicos "a educar a sus pacientes, a la comunidad médica y al público para evitar los alimentos genéticamente modificados"; a "considerar el papel de los alimentos transgénicos en los procesos de enfermedad de sus pacientes" y a "documentar los cambios en la salud de los pacientes cuando dejan de consumir alimentos transgénicos". Instan "a sus miembros, la comunidad médica y la comunidad científica independiente, a recopilar estudios potencialmente relacionados con el consumo de transgénicos y sus efectos sobre la salud, y a comenzar una investigación epidemiológica para examinar el papel de los alimentos transgénicos sobre la salud humana".
Una importante conclusión en la que basan su toma de posición es que, a partir de los múltiples ejemplos analizados, “hay más que una relación casual entre alimentos transgénicos y efectos adversos para la salud”. Explican que según los criterios de Hill (de Bradford Hill, ampliamente reconocidos académicamente para evaluar estudios epidemiológicos y de laboratorio sobre agentes que puedan suponer riesgos para la salud humana) “existe causalidad en la fuerza de asociación, la consistencia, la especificidad, el gradiente y plausibilidad biológica” entre el consumo de alimentos transgénicos y los efectos adversos a la salud.
Entre los efectos negativos, comprobados a partir de decenas de estudios en animales, mencionan "riesgos serios", como infertilidad, desregulación inmune, envejecimiento acelerado, desregulación de genes asociados con síntesis de colesterol y regulación de insulina, cambios en el hígado, riñones, bazo y sistema gastrointestinal. Citan, entre otros, un estudio de 2008 con ratones alimentados con maíz transgénico Bt de Monsanto, que vincula al consumo de maíz transgénico con infertilidad y disminución de peso, además de mostrar la alteración de la expresión de 400 genes.
La Academia señala que ante la generalización del consumo de transgénicos, lo urgente es realizar estudios epidemiológicos. Esto es altamente relevante para el caso del maíz en México: aquí el maíz se consume cotidianamente en toda la población, por lo que los efectos de los trasngénicos en este tipo de alto consumo son diferentes y muchos más graves que lo que se puede observar en casos puntuales.
Una fuente citada por el documento de la Academia es el extenso libro Genetic roulette (Ruleta genética) de Jeffrey Smith, que documenta en forma minuciosa y con cientos de referencias científicas, 65 casos de efectos adversos de los transgénicos sobre la salud de personas y animales, incluyendo casos de vacas y ovejas que murieron en Alemania e India, luego de alimentarse rutinariamente con cosechas transgénicas. Este autor alerta que todos somos conejillos de indias para la industria biotecnológica –que ha podido liberar en campo e invadir los alimentos con transgénicos sin necesidad de probar su inocuidad para la salud humana en ninguna parte del mundo– pero que particularmente los niños y las mujeres embarazadas son las que corren mayores riesgos.
La asociación médica refiere también el reciente estudio de la Unión de Científicos Preocupados de Estados Unidos, que analizando 13 años de cultivos transgénicos muestran que éstos tienen menores rendimientos y que si hubo aumento de producción no se debió a transgénicos sino a manejos de tipo convencional. Introducen este análisis sobre productividad, para concluir que tampoco en este aspecto muestran ninguna ventaja, por lo que nada justifica el "serio riesgo para la salud en las áreas de toxicología, alergia y función inmune, salud reproductiva y salud metabólica, fisiológica y genética" que representan los transgénicos, por lo que lo único sensato es aplicar un estricto principio de precaución, estableciendo una moratoria total e inmediata.
A los riesgos que plantean los transgénicos en sí mismos, se agrega el aumento de uso de agrotóxicos y las enfermedades que éstos provocan (están diseñados para usar más agroquímicos, nuevamente no por casualidad sino por causalidad: los fabricantes de trangénicos, Monsanto, Dow, Dupont, Syngenta, Bayer, Basf, son también los mayores fabricantes de venenos agrícolas del planeta). La trampa está en la inversión de lógica que las trasnacionales han logrado imponer: en lugar de etiquetar con una advertencia a los alimentos que contienen agrotóxicos y transgénicos, obligan a que se tenga que separar, etiquetar y cuesten más caros los alimentos orgánicos y sanos.
La solidez de las posiciones argumentadas por la Academia de Medicina Ambiental contrastan con la supina ignorancia del secretario de Agricultura Alberto Cárdenas y otras autoridades gubernamentales de México y otros países que declaran –sin ninguna prueba de ello– que los transgénicos no son un riesgo para la salud. Igual que con los cerdos industriales de Granjas Carroll y otros grandes criadores que crean nuevos virus y epidemias ¿Cuánta gente tendrá que enfermar o morir para que dejen de proteger –y subsidiar– las ganancias de las trasnacionales que crean las enfermedades?
Existen muchas alternativas para producir y alimentarse sanamente, que no implican riesgos, mantienen las fuentes de sustento para las mayorías, cuidan la biodiversidad, afirman la soberanía alimentaria y los derechos de los campesinos. Los transgénicos solamente crean riqueza para unas pocas trasnacionales, amenazando la salud de todos.
(Por Silvia Ribeiro*, La Jornada / Ecoportal, 13/06/2009)
*Investigadora del Grupo ETC.