En agosto de 1991, Pablo García Borboroglu, 21 años, estudiante de primer año de biología en la Universidad Nacional de la Patagonia, se instaló como voluntario en la Reserva Provincial de Punta Tombo para tratar de salvar a los miles de pingüinos que llegaban empetrolados. Ahora, ya doctor en biología y con más de 40 artículos publicados, ganó un premio internacional de 150.000 dólares, para consolidar políticas globales de protección a estas aves.
Borboroglu, quien es investigador del Conicet en el Centro Nacional Patagónico (Cenpat), coordinó el proceso participativo que culminó en el plan de manejo de Punta Tombo. Y ahora es uno de los cinco distinguidos este año con el Pew Fellows in Marine Conservation. Instituido en 1996, este premio había sido recibido antes por otros tres argentinos, también del Cenpat.
"Los pingüinos son mucho más que íconos carismáticos de los paisajes antárticos: sirven como alarmas tempranas de alerta para los ambientes oceánicos señaló Joshua S. Reichert, director ejecutivo de Pew Environment Group. Trabajando para reducir las amenazas a las poblaciones de pingüinos en los océanos australes, el doctor Borboroglu también contribuirá a restaurar el balance en los ecosistemas marinos a través del hemisferio sur".
El hecho de ser longevos, tener una baja tasa de reproducción, no volar, nadar grandes distancias y depender sólo del mar para alimentarse, los hace muy vulnerables. Una de las amenazas que enfrentan es la contaminación por petróleo. Sufren también el impacto de la explotación pesquera a gran escala, que los deja con poco alimento. Y además son sensibles al cambio climático, de manera diferente según las especies: el emperador y el Adelia son los más afectados por el derretimiento de los hielos antárticos.
El biólogo destaca que los problemas de conservación de estas aves no se deben a la falta de datos, sino de acciones. Por eso su proyecto, a realizar en tres años, plantea en primer lugar la conformación de la International Penguin Society, una coalición global que, a partir de una estructura mínima y económica, se concentre en acciones concretas de conservación. "El nodo central podría estar en la Argentina, con contactos en Sudáfrica, Nueva Zelanda, Australia, Ecuador, Perú, Chile y la Antártida", comenta.
Borboroglu tiene numerosas ideas. Se propone desarrollar un programa de monitoreo del estatus de la población, que incluya la creación de un grupo especial en la UICN, la organización que elabora las listas de especies amenazadas. Aspira a diseñar una estrategia de conservación global, que brinde recomendaciones a los gobiernos basándose en evidencias científicas y técnicas, y ofreciéndole la asistencia de la coalición, y que promueva la firma de protocolos regionales.
Su proyecto incluye campañas de concientización a través de los medios, que apunten a la responsabilidad individual y a formar a los tomadores de decisiones. Se propone además trabajar con las comunidades e involucrarlas en las medidas a tomar, tanto en planes de manejo como en la elaboración de guías para turismo, pesca y otras prácticas que tengan en cuenta a estas aves.
"La ciencia no alcanza para resolver los problemas ambientales; muchos de ellos tienen raíces sociales, por lo que la respuesta sólo se encontrará en el terreno social afirma Borboroglu. Se busca que los pingüinos sean un objeto y también una herramienta de conservación".
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Clarín, 05/04/2009)