Podemos definir a la agroforestería como un sistema de gestión que integra los recursos de la diversidad biológica y la agrobiodiversidad en un espacio dado con referencia a un espacio mayor del cual es parte. Esta definición va más allá del entendimiento de la agroforestería únicamente como asociación entre árboles, cultivos y/o pastos/ganado y también va más allá de circunscribirlo a límites definidos de una parcela. En esta perspectiva se plantea una mirada ecosistémica con visión de (micro) cuenca y en un enfoque de ecología de paisaje.
Bajo esta concepción agroforestal lo que se trata es de administrar las interacciones entre el capital natural y el capital cultivado (cultivos y ganado) en un contexto sociocultural determinado. Se elimina así la disyuntiva entre producción y protección de la naturaleza porque se inscribe en un marco de conservación entendida como la mejor forma de gestión del territorio.
En concordancia con la Declaración de Orlando desarrollado por los participantes del 1ER Congreso Mundial de Agroforestería un rol que cumple la agroforestería es “Promover la Sustentabilidad Ambiental para mejorar la producción de cultivos, manejo de recursos naturales y conservación de la biodiversidad, a través de la restauración de procesos ecológicos que aumenten la fertilidad del suelo, captura de carbono, creación de hábitat de especies nativas, y mantenga los procesos hidrológicos y otros servicios ecológicos sobre los campos y cuencas agrícolas degradadas”.
Según la FAO (2007) los bosques con relación al cambio climático: i) reaccionan sensiblemente a los cambios climáticos cuando se los maneja de forma sostenible; ii) producen madera para combustible que es más benigna que los combustibles fósiles; y, iii) tienen el potencial de absorber carbono en su biomasa, suelos y productos y almacenarlo, en principio en forma perpetua. De esta manera el conjunto de la biomasa forestal también funciona como "sumidero de carbono" (FAO, 2006).
A través de la fotosíntesis, los árboles en crecimiento despiden oxígeno y consumen agua, luz y CO2 el carbono se almacena en la biomasa aérea y subterránea, así como en la biomasa muerta y en la superficie del suelo. Los bosques en expansión son calificados de “sumideros de carbono”: absorben gas carbónico. Hay corrientes que manifiestan que cuando dejan de crecer, los árboles ya no son sumideros, sino receptáculos de carbono y que por tanto estarían cumpliendo un papel neutro en el balance final de CO2 (Boukhari, 1999). De otro lado, hay recientes estudios que demuestra la importancia de los bosques maduros como sumideros de carbono. Este es un tema en el que no hay todavía un consenso científico.
La deforestación, las quemas y la remoción del suelo contribuyen a la emisión de gases de efecto invernadero. Dada la capacidad de almacenamiento de carbono de los árboles la deforestación evitada es una importante medida de mitigación ante el cambio climático. En tanto hay que conciliar las necesidades de producción de alimentos y la provisión de servicios ecosistémicos de los bosques la agroforestería se presenta como una alternativa para la mitigación en las áreas permitidas según la zonificación ecológica económica. Sin embargo, los sistemas agroforestales no constituyen alternativas para justificar la conversión de bosques sino para recuperar áreas ya intervenidas o degradadas. Bajo esta situación el diseño de sistemas agroforestales debe considerar seriamente la dinámica del bosque y de los usos de la tierra.
Estudios realizados en San Martín (Perú) encontraron que los sistemas agroforestales, al combinar los cultivos o frutales con especies forestales, incrementan sus niveles de captura de Carbono, mejorando además su productividad. La capacidad de captura de carbono está en función de la cantidad de especies forestales, el tipo de cultivo, la edad y el tipo de suelo. El estudio encontró que el nivel de reservas de carbono en la biomasa de hojarasca es significativo para sistemas agroforestales. Consecuentemente, una opción para recuperar las áreas deforestadas que están en proceso de degradación, podrían ser los sistemas agroforestales. (Lapeyre, Alegre y Arévalo, 2004)
Hay que tener en cuenta que: “No todos los bosques son iguales por lo que respecta al almacenamiento de carbono. Generalmente, los árboles más duraderos y con una mayor densidad de madera almacenan una mayor cantidad de carbono por volumen que los árboles efímeros, de baja densidad y de crecimiento rápido. Esto no significa, sin embargo, que las contrapartidas de las emisiones de carbono relacionadas con árboles de gran tamaño y crecimiento lento sean necesariamente mejores que las que tienen lugar con plantaciones de árboles de crecimiento rápido, o a la inversa, puesto que la fijación del carbono está en función de la tasa de crecimiento y del almacenamiento a lo largo del tiempo” (Moura-Costa, 2001).
El carbono, una vez que se fija, es “almacenado” en distintos “compartimentos”, donde su permanencia es variable a lo largo del tiempo. Así mismo, ese carbono puede recircular entre las diferentes fracciones (biomasa, suelo, producto). En general se encuentra que: i) a mayor presencia de leño en la biomasa mayor tiempo de permanencia, ii) a mayor grado de estabilidad de la materia orgánica mayor tiempo de permanencia. Por ejemplo, se encuentra que La acumulación de carbono en la biomasa es más rápida que en el suelo, sin embargo en el suelo la estabilidad del carbono fijado es mayor.
Parece evidente que, si no producen efectos sensibles sobre el suelo, todas aquellas labores agroforestales que supongan una regeneración, aumento de la vitalidad y de vigor vegetativo en las masas arbóreas, incrementando su “producción”, llevará aparejado una adición de la fijación de carbono. En estas tareas quedaría incluida la ejecución de trabajos tales como aclareos o fertilizaciones. Consecuentemente, las labores de preparación del terreno en las repoblaciones deben ser lo menos agresivas posible para evitar perdidas del carbono fijado en el suelo
Todas estas consideraciones son importantes a tener presente al momento de diseñar sistemas agroforestales con visión de mitigación al cambio climático. Significa tener presente diseños que en lo posible imiten, hasta donde sea posible, la estructura y funcionamiento de los bosques naturales. Hay que tener presente que las especies cultivadas también tienen el mismo comportamiento que sus símiles silvestres. Además, es necesario que se favorezcan alternativas más ecológicas de conservación de las características físico-químicas del suelo. Aquí es donde los sistemas indígenas de convivencia con los bosques tienen mucho que aportar. Los sistemas de manejo de bosques de ribereños son también valiosos referentes para entender, reproducir y adaptar.
Pero como se señaló al principio, no hay que perder de vista que no estamos haciendo referencia únicamente a una parcela agroforestal sino a un esquema que toma en cuenta las diferentes formaciones vegetales presentes en el sistema (predio/territorio comunal-microcuenca) tales como bosques primarios, bosques primarios residuales, bosques secundarios y otras chacras o pastizales. Puesto que nuestro principio básico es la gestión sostenible de materiales, energía, información y cultura en el sistema, entonces hay que considerar los corredores ecológicos para favorecer el libre flujo del germoplasma. También es necesario considerar el dinamismo en la ocupación del suelo, tanto al interior del predio como en los predios vecinos, de tal manera que no se afecte el potencial biótico del sistema.
Es interesante mencionar, otra vez, que estas formas de convivencia con el bosque, ya habían sido desarrolladas por pueblos indígenas amazónicos pero por influencia de sistemas productivos “modernos” se han estado perdiendo. Esto nos demuestra que los pueblos amazónicos tienen en su bagaje cultural sistemas de adaptación al cambio climático que es necesario recuperar y poner en valor como parte de las alternativas que como sociedad tenemos que desplegar ante el cambio climático.
(Por Rodrigo Arce, Ecoportal, 01/04/2009)