Los alimentos transgénicos (genéticamente modificados) perpetúan el hambre, concentrando la producción y sus ganancias en manos de las corporaciones transnacionales y desplazando las producciones familiares, sustentables y agroecológicas. Esas son algunas de las conclusiones del informe “¿A quién benefician los transgénicos?” (Who benefits from GM Crops?), dado a conocer este martes por Amigos de la Tierra Internacional (ATI).
En el caso de Uruguay, la política de coexistencia entre producción orgánica, convencional y transgénica llevará, por la vía de los hechos, a la contaminación de las dos primeras, ya que los criterios de bioseguridad impuestos por la ley vigente no impiden la contaminación cruzada, según se desprende de una investigación realizada, por REDES-Amigos de la Tierra (REDES-AT, 2008)[1] en convenio con los departamentos de Bioquímica de las Facultades de Ciencias y Química, y la Cátedra de Horticultura de la Facultad de Agronomía, de la Universidad de la República.Los alimentos transgénicos, que se presentan como la solución al aumento del precio de los alimentos en el mundo y como producto de una tecnología de punta a la cual las sociedades deberían aceptar en nombre del “progreso”, comprometen la producción soberana y sustentable de alimentos, y solo benefician a las transnacionales que los producen.
Contaminación transgénica en Uruguay
En julio de 2008 el Consejo de Ministros puso en Uruguay fin a la moratoria a la autorización de nuevos eventos transgénicos -que se había establecido por un período de 18 meses-, pasando a definir una política de “coexistencia regulada en la utilización de organismos genéticamente modificados”, política que las organizaciones sociales definieron en su momento como imposible de llevar adelante sin riesgos para la salud o para la producción orgánica y convencional[2]. A partir de la posibilidad de la “coexistencia”, Uruguay dedicará cada vez más hectáreas a este tipo de producción, que contamina la de tipo agroecológico y convencional, y ahoga a las familias productoras sin posibilidades de competir contra los grandes capitales.
El informe de REDES-AT concluye que las medidas establecidas por la reglamentación no pueden contener la contaminación derivada del cruzamiento entre cultivos transgénicos y no transgénicos de maíz, y agrega que, al ser un tipo de contaminación acumulativa, será imposible de revertir, tal como lo demuestra el estudio. La distancia reglamentaria de 250 metros no evita esta contaminación cruzada, pero además esta distancia no se respeta a nivel de predios productivos, lo que confirma la inviabilidad de la coexistencia.
En los hechos la producción familiar está quedando cada vez más a la sombre de la producción realizada por las transnacionales del agronegocio. A los productores familiares les es cada vez más difícil acceder al crédito y a la tierra, ya que la misma adquiere precios exorbitantes debido a la puja de los grandes capitales. La hectárea ha pasado a multiplicar por diez su valor y el agronegocio sojero ha alcanzado zonas “(…) especialmente sensibles a la producción de alimentos básicos para el mercado interno”, expresa el informe ambiental de REDES-Amigos de la Tierra Uruguay publicado en diciembre en informe SERPAJ de Derechos Humanos (Santos et. Alt, 2008)[3].
Además los agrotóxicos utilizados para los cultivos transgénicos también son costosos para los pequeños productores y generan problemas de salud y medioambientales. Por su parte las semillas transgénicas cuestan de dos a cuatro veces más que las tradicionales.
Algunas conclusiones del informe internacional
El informe de la federación ambientalista Amigos de la Tierra Internacional, publicado este martes, concluye, entre otras cosas, que los alimentos genéticamente modificados, no solo no permiten aumentar la producción alimentaria, sino que la disminuyen.
Este tipo de cultivos no contribuyen además a la reducción del hambre y la pobreza, como se ha querido publicitar. La mayoría del maíz transgénico es utilizado como alimento para los animales, para la producción de combustible o para comida procesada en los países ricos.
La producción de transgénicos es asimismo una producción altamente concentrada. “Cerca del 90% del área mundial cultivada con transgénicos está en solo 6 países con sectores agrícolas altamente industrializados y orientados a la exportación: Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay”, expone en su comunicado Amigos de la Tierra Internacional (ATI, 2009)[4].
Otros señalamientos del informe tienen que ver con los desplazamientos que las producciones transgénicas generan en las producciones familiares y en los conocimientos agroecológicos que van paulatinamente desapareciendo, a pesar de haber demostrado su éxito en el aumento de la producción.
“A pesar de más de una década de propaganda, la industria no ha introducido ni un solo cultivo transgénico que incremente los rendimientos, que sea más nutritivo, resistente a la sequía o a la salinidad” (ATI, 2009)
El informe concluye con lo anunciado en el título: las reales beneficiarias de los cultivos transgénicos son las compañías transnacionales que los producen y patentan, y no las poblaciones, que necesitan alimentarse de manera soberana y sustentable.
(EcoPortal, 15/02/2009)