En 1998, España aprobó el cultivo comercial del primer maíz transgénico, de Ciba Geigy (hoy de Syngenta) y desde entonces es el único estado miembro de la Unión Europea que permite el cultivo de transgénicos (u organismos modificados genéticamente, OMG) a gran escala. Los diferentes gobiernos españoles han ido aprobando numerosas variedades de un único maíz transgénico, el MON 810, existiendo actualmente más de 50 variedades de este tipo de maíz , que ha sido creado y patentado por la multinacional Monsanto.
En el resto de la UE la situación es bien distinta. Actualmente, tanto por parte de determinados sectores de la Comisión Europea como por parte de buen número de estados miembros, existe un fuerte escepticismo con respecto a los transgénicos en general y sobre el MON 810 en particular. No en vano siete países han implementado moratorias a su cultivo debido a los peligros de este transgénico, comercializado por la mayor empresa productora de OMG de todo el planeta. Rumanía (primer productor de maíz europeo con 3 millones de hectáreas) se convirtió recientemente en el séptimo estado miembro que prohibe las variedades transgénicas, siguiendo el movimiento de Francia, Hungría, Italia, Grecia, Austria y Polonia. Si bien las actuaciones del Gobierno del Partido Popular apoyaron hasta 2004 a las multinacionales agrobiotecnológicas, en contra de los intereses de agricultores y consumidores y en perjuicio del medio ambiente, los años de Gobierno del PSOE no sólo no cambiaron sino que empeoraron la situación en España. A lo largo de la legislatura el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) intentó aprobar un Real Decreto sobre la mal llamada “coexistencia” entre cultivos transgénicos y no transgénicos claramente diseñado por y para los intereses de la industria de las semillas transgénicas. Pero el amplio movimiento social de rechazo consiguió parar la aprobación de este texto.
En 2006 Greenpeace presentaba, junto a las organizaciones Assemblea Pagesa de Catalunya y Plataforma Transgènics Fora, el documento La Imposible Coexistencia, en el cual se mostraba, a través de una amplia investigación, la verdadera situación de los cultivos transgénicos en España. Basándose esencialmente en las realidades de Cataluña y Aragón, el texto constituyó un testimonio real sobre la inviabilidad de la “coexistencia” de la agricultura transgénica con los modelos sin transgénicos.
En informe se recogieron decenas de testimonios de agricultores, ganaderos y gerentes de cooperativas, así como los resultados de análisis de muestras de campos de maíz, constatándose la falta total de medidas de separación, segregación y control por parte de la Administración y se ofrecían datos sobre la opacidad en el mundo de la investigación, el nulo seguimiento y control de los cultivos por parte de la administración, la presencia de variedades ilegales y de campos experimentales no autorizados, o la ausencia de registros públicos con la situación de los campos.
Greenpeace presenta ahora una nuevo documento que, sin pretender ofrecer una visión exhaustiva de la situación del maíz en España, recoge una serie de testimonios de productores que han sufrido directa o indirectamente la contaminación por el maíz de Monsanto en el 2007, MON 810, y cuyas realidades socioeconómicas se ven fuertemente agredidas por la presencia de este transgénico en nuestros campos. Esta colección de testimonios muestra una realidad evidente: el MON 810 es un problema y la situación que se vive en el único país cuyo Gobierno tolera la presencia de MON 810 a escala comercial en la UE es la prueba de que no se dan las condiciones para su cultivo. Ahora es imprescindible que el nuevo Gobierno vea esta realidad y actúe en consecuencia.
Conviene recordar que la contaminación de alimentos no transgénicos por OMG puede producirse a lo largo de toda la cadena alimentaria, tal y como demuestran los estudios científicos realizados al respecto. Si bien este informe describe algunos ejemplos de productores y elaboradores del sector ecológico, ello no significa en absoluto que la agricultura y la ganadería ecológica sean las únicas víctimas de la contaminación genética, más bien lo contrario: ninguna producción, salvo la ecológica, es sometida a tantos análisis, estudios y evaluación.
Por ello, los casos citados no son más que la punta del iceberg. La falta de un análisis sistemático por parte de las administraciones para determinar el alcance del problema hace que se desconozca la amplitud real del fenómeno dado que en España se vienen cultivando miles de hectáreas de maíz Bt1 sin que el Gobierno haya tomado medida alguna para evaluar, y menos aún evitar, la polinización de los campos de maíz convencional o ecológicos por estas variedades transgénicas.
La contaminación genética en estas condiciones es tan inevitable como las salpicaduras del agua del mar sobre las rocas de la orilla. Los alimentos convencionales (no ecológicos) no son analizados a pesar de que las leyes europeas de etiquetado y trazabilidad obliguen a ello, pero se sabe que las producciones convencionales están ampliamente contaminadas por transgénicos. En países como Estados Unidos, pioneros en el empleo de OMG, el banco de semillas convencional está ya contaminado en unos porcentajes alarmantemente altos. Tal y como se concluye, por ejemplo, en un informe realizado a escala nacional y publicado en 2004, en EEUU más del 50% de las semillas “convencionales” de maíz y soja, y hasta un 83% de las de colza, contienen ya información genética procedente de las variedades transgénicas.
El presente documento describe, basándose en la experiencia de 2007, las repercusiones socioeconómicas y humanas de la presencia de maíz transgénico en nuestro territorio y de la contaminación genética, mostrando a partir de una colección de testimonios la alarmante reducción de la superficie de maíz ecológico y las consecuencias directas y reales que los OMG tienen sobre la población.
(Combat Monsanto, 30/10/2008)