Los plásticos se han convertido en el elemento primordial de nuestras vidas, sólo por detrás del petróleo y del gas, de los que se derivan. Todo es plástico, en su acepción más amplia, a nuestro alrededor. Tocamos plástico a todas horas, en todos sitios. Y no nos podemos deshacer de él. Un elemento altamente contaminante, porque no es biodegradable ni a medio ni a corto plazo (tarda unos 500 años en empezar el proceso), y presente en la totalidad del planeta debería provocar una reflexión: ¿Qué hacer para no usarlo y/o para que no siga contaminando el planeta?
Es difícil, aunque sólo sea mentalmente, rebobinar y retrotraernos a aquella época en que fue inventado el plástico a principios del siglo pasado. A los primeros plásticos entonces producidos les quedan unos 400 años para empezar a ser reasimilados biológicamente. Este duradero derivado del petróleo ha servido para abaratar los costes de producción de muchos utensilios que eran más caros porque usaban otros materiales. Consecuentemente, fue y es signo y causa de la popularización del consumo, de la popularización de la tecnología y de su abaratamiento. Miramos alrededor y encontramos plásticos en todas partes, en todos los utensilios y objetos de uso cotidiano.
Con este material tan resistente ha pasado históricamente lo mismo que con su matriz petrolera: ambos han sido motor y símbolo de la extensión del desarrollo. Frente a los materiales nobles, el plástico fue la base palpable e ideológica por excelencia en la que se asentó la generalización del consumo popular. La Humanidad del consumo se dejó atrapar por ellos –plástico y petróleo– y por su cultura adjunta de usar y tirar, hasta el momento en que el encarecimiento y el uso excesivo empezaron a pedir a gritos una regulación, una moderación en su consumo y hasta su sustitución en la medida que fuera posible.
La imposibilidad de biodegradarlo a corto plazo ha hecho que la técnica encuentre la única manera de que contamine lo menos posible: reciclarlo, volver a usarlo, para que no quede abandonado en vertederos o, lo que es peor, en cualquier lugar, amenazando la biodiversidad. Parece fuera de alcance la solución ideal de dejar de fabricarlo. Al reutilizarlo, por lo menos se evita que se siga produciendo en la misma cantidad. Aunque esto no deja de ser más que una medida paliativa, no definitiva. Del mal, el menos. No obstante, se ha avanzado, hay que reconocerlo, y el sector pionero en este asunto es la también denostada industria de locomoción.
Vehículos 'reciclables'Un automóvil moderno que quiera ser apreciado como tal puede tener hasta un 60% o un 70% de sus componentes construido en cualquiera de las múltiples variantes del plástico. Desde hace más de una década las marcas intentan atraer clientela con el señuelo de que el 20%, el 30%, o incluso hasta el 60% de los componentes de un vehículo son reciclables.
El consumidor es sensible a esos reclamos pues la conciencia de que aumenta exponencialmente la velocidad de degradación del planeta se está instalando en el subconsciente colectivo del ciudadano globalizado. Pero mientras la toma de conciencia sobre la perniciosidad del plástico está casi generalizada cuando se habla de grandes objetos de consumo, como un automóvil, no ocurre lo mismo cuando se examinan las actitudes diarias y personales frente a ese material cuyo componente esencial son los polímeros.
En lo que a nuestro popular material en sus múltiples formas se refiere, el ejemplo de la industria automovilística no ha sido seguida por otras. Llama la atención que la tecnología aplicada a los automóviles y algunos otros productos tecnológicos para mejorar el uso del plástico no haya tenido parangón en más sectores. La diligencia, aunque tardía, mostrada por la industria de automoción –cuestión de precio, no nos engañemos – no ha sido seguida en España ni por los consumidores en general ni por los mayores distribuidores de las 100.000 toneladas de bolsas de plástico que se producen al año: supermercados y similares. Resulta que nuestro país es quizá el de Europa donde más plástico abandonado, bajo forma de bolsa, se ve por todas partes.
El Plan Nacional de Residuos pretende que esas 100.000 toneladas de bolsas de plásticos queden reducidas a 30.000, que ya son toneladas, para el año 2015. Los ecologistas critican esa fecha y esa cantidad por ser poco ambiciosa. Comparan, como lo puede hace cualquiera, con el uso de esas bolsas en cualquier país de nuestro entorno y urgen a ponernos al nivel que nos corresponde. Según Los Verdes, solamente se consigue reciclar el 10% de las toneladas que se usan anualmente. El resto lo vemos sobre todo en vertederos. Pero también, a diario y notablemente, en calles, jardines, montes, playas, ríos, etcétera.
En los grandes estados con los que nos comparamos la bolsa de papel obtenida de almidones es objeto de uso común en supermercados y todo tipo de tiendas al por menor. Comparemos eso con lo que hacemos aquí. Cobrar por las de plástico para desincentivar su uso dio un resultado solamente momentáneo en donde se intentó. Por ejemplo, en Irlanda. Aunque allí también existe un plan de sustitución progresiva por las de papel.
En España, las quejas de los fabricantes de bolsas de plástico intentan retrasar la aplicación del plan del Ministerio del Medio Ambiente, aunque sería de ilusos pensar que no se vaya a llevar a cabo. Falla aquí la toma de conciencia ciudadana, pues al consumidor, y no hay más que verlo en cualquier comercio de alimentación, no le importa llevarse muchas bolsas medio vacías, en vez de la mitad totalmente llenas. Total, son gratis.
Probablemente, cobrar por cada bolsa de plástico, por poco que sea, ayudará a que el consumidor no las use con tanta alegría como hasta ahora. Mientras tanto, seguiremos viviendo en un entorno que, además de utilitariamente, estará visualmente plastificado por los desechos de nuestras visitas al supermercado.
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Ecotícias, 14/02/2008)