Los meses de verano que se están acercando a su fin van a ser recordados como unos de los más destructivos en materia de desastres naturales de las últimas décadas. Con el agravante, además, de que el impacto de estos fenómenos ha afectado de modo muy importante también a países desarrollados.
Los meses de verano que se están acercando a su fin van a ser recordados como unos de los más destructivos en materia de desastres naturales de las últimas décadas. Con el agravante, además, de que el impacto de estos fenómenos ha afectado de modo muy importante también a países desarrollados, confirmando una tendencia que quedó dramáticamente clara en el año 2005 con el huracán Katrina.
Así, junto a los lamentablemente crónicos efectos de las inundaciones en China, Bangladesh, India, Corea del Norte, Níger, Etiopía, etc., el verano ha estado marcado por el terremoto que asoló Perú, por los incendios en varios países de Europa y por el agravamiento de una temporada de huracanes en Centroamérica y el Caribe que todos los expertos califican de previsiblemente muy dura.
De este modo, durante los meses pasados, los desastres han ocupado las primeras páginas de los periódicos, no como "serpientes de verano" en ausencia de otras noticias de tipo político - fenómeno clásico muy estudiado por los medios de comunicación- sino por su gravedad intrínseca y por los más que evidentes efectos humanos y económicos que han tenido. Aún tendremos que esperar para tener los datos cuantitativos consolidados del año 2007, pero en un reciente informe publicado por el prestigioso Centro de Epidemiología de Desastres (CRED) de la Universidad de Lovaina sobre el año 2006, se ponen de manifiesto estas tendencias a las que hacemos referencia.
Impacto en Europa
Debido al mayor rigor en el cómputo y a los criterios más estrictos de contabilización, al analizar los datos del año 2006 aparecen algunas cuestiones curiosas que aparecían de modo aparentemente puntual en 2005 debido como dijimos al huracán Katrina en los Estados Unidos, pero que se consolidan como tendencia general. Nos referimos al impacto de las olas de calor, los incendios, o las inundaciones en los países desarrollados. Así, cuatro países europeos (Francia, Países Bajos, Bélgica y Ucrania) aparecen entre los 10 más afectados por desastres con víctimas mortales en 2006, apareciendo en los puestos 3º, 5º, 6º y 9º respectivamente.
Francia registró 1.388 víctimas, los Países Bajos 1.000 y Bélgica 940 debido a la ola de calor, mientras que Ucrania contabilizó 801 personas muertas por la ola de frío. Los países desarrollados han sido remisos durante muchos años a suministrar estas cifras o a asignar las causas de muchos fallecimientos a este tipo de eventos catastróficos, pero la evidencia comienza a ser muy clara y algunos países comienzan a acreditarlo.
Vulnerabilidad
Evidentemente, la extrema pobreza de muchos países africanos, asiáticos o latinoamericanos es el factor fundamental de su vulnerabilidad ante los desastres de todo tipo y el efecto en aquellos países es incomparablemente mayor, pero los datos recientes ponen de manifiesto nuevas vulnerabilidades en los países desarrollados que afectan especialmente a ciertos grupos de población como las personas mayores, los grupos marginales o el abandonado medio rural.
El mal desarrollo urbanístico, la especulación, los cambios de usos del suelo, la mala gestión de los recursos naturales, todo ello en un contexto de los efectos del calentamiento global en suma, están en la base de las olas de incendios que han afectado de modo espectacular a Croacia, Rumania, ciertas zonas de España como las Islas Canarias y especialmente Grecia, con una secuela de destrucción y de muertes nunca antes vista en Europa. Y también de los mayores efectos de las inundaciones en todo el continente europeo como ha sido el caso del Reino Unido en estos meses.
Prevención y preparación
Fenómenos como los que estamos analizando, sequías, incendios, inundaciones, olas de calor, etc., deben obviamente ser abordados desde la lógica de la prevención y la preparación, pero en este verano ha quedado en evidencia también la falta de mecanismos de respuesta suficiente en el ámbito europeo. El mecanismo europeo de protección civil es poco más que una sigla y su debilidad ha sido patente en los casos de las Islas Canarias y especialmente de Grecia.
Los desastres naturales son, por definición, fenómenos que no respetan fronteras y que deben ser abordados desde una lógica multilateral. La mera existencia de la Unión Europea debería suponer un apoyo y tener un efecto positivo en materia de respuesta ante desastres y, sin embargo, los pasos dados son muy modestos y los resultados enormemente pobres.
Mejor coordinación
La integración y la mejor coordinación de los sistemas nacionales de protección civil es una asignatura pendiente para la Unión Europea (UE) y la enorme diversidad de los dispositivos de cada país la hacen muy compleja. Y poco está ayudando, en ese sentido, el que algunos países, como España, hayan apostado por una militarización de la política pública de protección civil con la creación de la llamada Unidad Militar de Emergencias (UME).
Todos los recursos de un Estado o de un organismo pluriestatal como la UE deben ponerse al servicio de los ciudadanos en situaciones de crisis o emergencia. Y también los recursos de los que solo disponen las fuerzas armadas. Sin duda. Pero dotar de recursos específicos de respuesta ante desastres a los ejércitos, detrayéndolos de los organismos de protección civil nos parece inadecuado en supuestas sociedades modernas y democráticas en el Siglo XXI. Y como ha quedado demostrado este verano no responde a la necesidad fundamental en materia de reducción de desastres y gestión de riesgos: la prevención.
(Por Francisco Rey Marcos, Radio Nederland/Eco Portal, 12/09/2007)